Hay una frase atribuida a Platón en la red que reza así: "El precio de desentenderse en política es el de ser gobernados por los peores hombres (y mujeres, añadiría yo)". La situación política de desencuentro constante adquiere hoy su máximo esplendor atendiendo al presente. Con el circo nacionalista de Mas y Rajoy, Cataluña y España, llevados a la condición de enemigos cuando la calle respira cansada en una suerte de Día de la Marmota en la que todos duermen enfadados y se despiertan en un día triste y gris.
Con el circo de Podemos y su guerra de ideas que ha terminado traduciéndose en una guerra de nombres. Que no se puede disociar ideas de personas, han terminado concluyendo; las mismas prácticas de antaño que dejan las aspiraciones de cambio de mucha gente decente en el lodo de la desafección. Y el circo Trump, un pirómano de la política que en apenas dos semanas ha roto la baraja porque quería todas las cartas y se ha enemistado con todos los actores en el escenario: con México y China, con Europa y las otras Américas, con jueces y periodistas, con mujeres y hombres por igual. El hombre que nos encanta odiar cumple con todos los temores fundados en su esperpéntica campaña y, en su plan por construir una América para los americanos, está aislando a su país en la más absoluta incomprensión.
Después de un año de forzada movilización a través del voto, pasado el lustro de la indignación y con la ola de cambio llegando mansa y domesticada a la orilla, la ciudadanía ve cómo su demanda de una política más decente se halla convertida en una angustiosa pesadilla. Quizás el ejemplo de la marea blanca marque una tendencia que los más viejos del lugar conocen perfectamente, no será la política la que tenga que acercarse a la gente, sino la gente la que tenga que acercarse a la política. De capitalizar esa fuerza dependerá que no vengan otros a coger las riendas y vayamos, de frente, camino del desfiladero.
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