A veces las generaciones futuras dan miedo. Dando clases en los institutos de la ciudad uno se da cuenta, como en aquella canción de Presuntos Implicados, de cómo hemos cambiado, qué lejos ha quedado... aquella inocencia.
A veces las generaciones futuras dan miedo. Dando clases en los institutos de la ciudad uno se da cuenta, como en aquella canción de Presuntos Implicados, de cómo hemos cambiado, qué lejos ha quedado... aquella inocencia. Siempre que me hablan de que antes los jóvenes eran más educados, salían más a la calle y todo eso, yo respondo que esto ya debía decírselo mi abuelo a mi padre y así sucesivamente, en un debate que seguramente se remonte a la Edad de Piedra. No obstante, he de admitir que cuando en el taller sobre menores que imparto, alguien me habla de su amigo "El Jose o El Peli" que apuñaló a no sé quién y sólo fue a un correccional, disimulo mi pavor con fingida naturalidad.
Nos sorprendemos de la corrupción que hay en la clase política, ésa que formó parte de una generación más recatada, y no puedo menos que preguntarme qué nos deparará el futuro. No sé si para bien o para mal, pero la reforma de la Ley Educativa en España lo cambió todo para siempre. Y quien ha estado en las aulas hace varios años como alumno y regresa ahora como docente no puede menos que percatarse de un cambio radical.
Aunque tampoco es plan de volver a la época de un servidor, donde las torturas de algunos sádicos docentes iban desde sentarte en un calentador hasta abrasarte las nalgas por llegar tarde a clase hasta arrastrarte por el suelo a cuatro patas y ladrando. Hablo en serio. Aunque mi padre se riera de mí contraponiendo los castigos mucho más duros perpetrados por otros sátrapas de su época, como supongo que hacía su progenitor con él. Lo que me hace preguntarme si en en el futuro se invertirá la situación y cada hijo fardará ante su padre de los abusos que comete contra su profesor. Como suele decirse, ni tanto ni tan calvo.
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