Imagen de un 4 de diciembre, en una imagen de archivo.
Imagen de un 4 de diciembre, en una imagen de archivo.

La libertad se abría paso una vez más en un lugar llamado España, acostumbrado a los vaivenes periódicos y vicevérsicos de la regresión al progresismo. La clandestinidad dio paso a la tolerancia, previo a la legalización del Derecho; esperanza  liberadora representada por el Movimiento ciudadano, verdadero motor del cambio que pudo haber sido, pero quedó hábilmente ralentizado con la defenestración de quien había fortalecido la Junta Democrática de España, heredera política de la Mesa Democrática de Andalucía. Pese a la confusión entre los organismos de oposición del Estado y de Andalucía, quedaba el espíritu combativo, la vanguardia de la lucha por la democracia.

Sabia palabra tan utilizada como ignorada. Demos Kracia (Gobierno del Pueblo), es antagónico de la simple y llana representatividad política, dónde la ciudadanía sólo tiene el recurso de cambiar su voto al cabo de cuatro años, frente a los recursos casi ilimitados de esos representantes. La recuperación de la democracia incluía, de forma lógica, la recuperación de las autonomías, Concepto en que se quebró la unidad de los partidos políticos. Aparentemente. Porque algunos ya llevaban en su mochila, cargada en Bonn, la idea de «soportar» a lo sumo dos, tres autonomías como máximo. Y, para justificarlo pretextaron la posesión de un idioma «propio». En su estrechez no cabía la posibilidad de que las autonomías pudieran ser más que las de compromiso. Y tacharon de «burguesía, señoritos y antidemocráticos» a los grupos y personas que la reclamaban para Andalucía. «Cuando alcancemos la democracia podremos hablar de autonomía» fue la artera excusa para postergarla. Pero la democracia formal, llegó. Y olvido de la autonomía después del 15 de junio de 1977, motivó el sonoro grito de los andaluces, cuando más de cuatro millones de personas la reclamaron en las calles, en unas manifestaciones nunca  imaginadas, que hicieron exclamar a Rafael Escuredo: "Habrá que tomarse esto en serio".

Sin 4-D no hubiera habido 28-F. Y lo único tomado en serio por el segundo partido por número de votos en España, sería defenestrar a Rafael Escuredo, por "tomarse aquello en serio". El 4 de diciembre de 1977, todos los tópicos saltaron por los aires. Sumarse a una manifestación, incluso acceder a convocarla no presupone acuerdo con sus objetivos. Sí denota visión política: el argumento de venta, el reconocimiento de que, quedarse fuera, ser superado por los hechos, le habría supuesto quedarse fuera también, de la mayoría a la que ya aspiraban, pero siguieron siendo el mayor enemigo de la Autonomía andaluza, como demostraron en los años siguientes, y en el referéndum de 28 de diciembre de 1980. PSOE y UCD se habían negado a que el referéndum andaluz se celebrara simultáneamente al catalán y al vasco. Prefirieron aumentar el gasto, porque guardaban su “sorpresa” para Andalucía. Si el 4-D marcó el camino, inexorable a su celebración, el 28 de diciembre de 1979, se aprobó en el Congreso la Ley de Referéndum, con el sólo voto cautivo de los diputados de UCD y PSOE. Todos sabían que aquella Ley imposibilitaba la victoria en cualquier referéndum posterior. Los representantes del partido mayoritario en Andalucía habían pedido “ganar en seis provincias para tener más fuerza con que enfrentarse al Gobierno”. Se dijo en grupos y la mayoría pasó por alto el detalle. Pero la campaña se hizo con espíritu de victoria; a nadie le importaron las dificultades, nadie se arredró, al contrario. Las banderas andaluzas cubrían el azul de su cielo; la ilusión llenaba toda Andalucía, la gente se animaba a si mismos, a sus vecinos, a sus compañeros: "Yo voy a votar sí, para que haya más justicia social aquí, en Andalucía". Y la ilusión, más que ilusión, la conciencia de un derecho propio, hizo el milagro. Jamás ha habido un referéndum en el mundo con una participación tan alta y un porcentaje afirmativo sobre votantes superior al 93%. El entusiasmo pudo más que las tretas de dos partidos. Pero su mejor aliado fue el censo al que ya habían recurrido al redactar la Ley. Con razón se dijo “han ganado los muertos de Suárez”, aunque no fue sólo Suárez. Una revisión muy parcial del censo elevó el porcentaje en las dos provincias aparentemente "descolgadas", con lo que Jaén superó ampliamente el mínimo exigido y Almería lo rozó: a medio punto de distancia.

Jamás se ha exigido en ningún referéndum en ningún lugar del mundo, un número de votos afirmativos superior al 50% de censo —no de votantes— y en cada una de las circunscripciones, por separado. El Gobierno se aferró a este mínimo resultado que hubiera sido superado también con una más detallada revisión censal, para negar el  reconocimiento del artículo 151 de la Constitución, y el PSOE se "resignó". Tanto que reventó ante la salida del 144 violentamente negada en principio. Al PSOE le salió Mal la jugada. Pero no tenían por qué preocuparse. Su fingido apoyo le valió ganar la presidencia de la Junta. El mejor sitio para mejorar Andalucía… o para desmontar el sentimiento autonómico que tanto les había contrariado.

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