Esto de ir a la playa es una cosa curiosa. A mí, como a otra gente rara y oscura, no me tienta sentarme en la arena a dejar que el sol me tueste. Eso es cosa de mujeres, que son capaces de hacer dos cosas al mismo tiempo, como estarse quietas sobre una toalla y no aburrirse. Pero tampoco puedo dármelas de Sergio Fanjul. Me llama lo enigmático del mar y la cosa agradable del baño. La posibilidad de flotar, de anular la gravidez, es un gustazo. También es verdad que la imagen evoca poca heroicidad: el tipo ahí chapoteando y dando vueltecitas hasta que le dé la gana de salir del agua.
Y puede aún rematarse la escena, con andares ortopédicos sobre las piedrecitas de la orilla, perdiendo el equilibrio y con la cara estampada en la arena, o peor, lucir un hermoso moco bajo la nariz y un alga en la oreja, justo en ese momento tan delicado que es volver a la sombrilla. Hay que reconocer que esta extensión de sal, arena y sol, tiene de bueno aquello que no lo es. Como la cerveza fría. Y depende de qué playa, se me dirá, ¡claro, no es lo mismo la playa de Regla que la playa de Zahara! En el mejor de los casos, uno puede en cada época de su vida encontrar su playa idónea.
¿Y qué decir de la vulgaridad de acceder a un restaurante con los pies llenos de arena y la toalla húmeda propia de este momento? Así me he acordado de cuando en las Tres Piedras íbamos al chiringuito El Prospín, donde la fauna que se reunía era de cantina de piratas. Quizás sea cosa de los recuerdos infantiles, pero me vienen a la cabeza clientes mutilados, torsos cicatrizados y voces patibularias más bien en la barra y en la trasera del chiringuito junto al servicio. Supongo que esa Chipiona rural y áspera casi habrá desaparecido, sustituida por la clase media funcionarial que todo lo ocupa con su insipidez de cuerpos tonificados aunque no menos ávidos de alcohol.
Pero dejemos la melancolía que es cosa de gente decadente. Fanjul tira de tópico al referir que la playa fue un invento de la aristocracia y la burguesía del siglo XIX. A estos parece que se sumó en el siglo XX la clase media industrializada y el anhelo hippie de la vida natural. Entonces, se abrieron dos posibilidades de playa: la popular masificada y la alternativa hippie (o pija) en lugares apartados.
Hoy día, todas están más o menos reglamentadas, la mayoría con vigilantes, chiringuito y tienda de desavío a tiro de chancla. España es un país rodeado de playas y también algunos portugueses. Yo creo que la playa es un factor determinante que no puede faltar en cualquier estudio serio sobre los españoles, porque somos un país que, cuando dispone de un poco de tiempo libre, coge su sillita y se marcha a un secarral a contemplar el paso de las horas.



