Un tesoro.
Un tesoro.

Julián, uno de los asistentes sociales del hospital psiquiátrico penitenciario de Fontcalent de Alicante, parecía que se había contagiado del contacto con Pedro, el cazador de sirenas, hasta el punto de estar obsesionado con buscar un tesoro en el fondo del mar que él daba por hecho que estaba resguardado por ondinas. Llegó a echarse en la cara, con un vaporizador, una solución de ácido sulfúrico diluida en agua para deformar su apariencia, ya que creía que era la única forma de estar a salvo de los ataques de las nereidas. De todos modos, para evitar suspicacias, ocultó sus propósitos a sus jefes y justificó la desfiguración de su rostro como si fuera un accidente al intentar limpiar de impurezas una sortija de oro que había heredado de su abuela materna.

Tras quince días de baja con el propósito de regenerar parte de la piel, se reincorporó al trabajo. Esa misma mañana le pasó a Pedro un gráfico con los planos del psiquiátrico y un par de llaves, una de la puerta de acceso de la enfermería al patio y otra de allí al pasillo que conducía al aparcamiento. Él lo estaría esperando dentro de su coche en ese lugar de madrugada. Pedro solamente se tendría que introducir sigilosamente en su maletero que estaría entreabierto. El pescador solamente tuvo que provocar a Marcos, otro preso, chasqueando repetidamente los dedos a la hora de comer, para que su compañero le lanzara la bandeja con el almuerzo a la cara y le empotrara contra la pared, lo que le ocasionó varios cortes y contusiones en la cabeza y, de ese modo, ser trasladado a la enfermería para su curación.

Ya en una cama del dispensario, en observación por los golpes, Pedro esperó a las dos de la madrugada y siguió paso por paso las indicaciones de Julián, que le esperaba presto en el estacionamiento mordiéndose las uñas. Tras traspasar ambos el control de la puerta principal, se dirigieron al muelle. Allí se embarcaron en un pequeño yate dotado con varios equipos completos de buceo. Se adentraron en el mar. Días más tarde regresaron al muelle cargados de cofres con monedas de oro. A pesar de ello, a Pedro lo volvieron a ingresar en el manicomio, porque seguía hablando de sirenas, y a Julián lo incapacitaron unos sobrinos que administraron su fortuna y se hicieron cargo de su tutela, tras un largo proceso judicial.

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