Ilustración de Mario León.
Ilustración de Mario León.

Se anuncia el diluvio universal. Los espectadores lo saben pero sólo aquellos que tengan más alma en sus ojos que aire en sus pulmones podrán contener la respiración cuando vean aparecer sobre sus cabezas, en el oscuro telón de los duendes, el azul infinito; ese azul índigo, engendrado por la fuerza de las luces, al que desde el panel de control ya se le ha dado la orden de arrasar todo lo que vaya encontrando a su paso aunque no es, ni será, la primera vez que los océanos se adueñen de la tierra.

Tres, dos, uno cuenta el técnico en el silencio de su cubículo para colocar al bailaor sobre el único montículo de tierra que ha sobrevivido a la tormenta. Cinco columnas dóricas, de gomaespuma y cartón piedra, para recrear la destruida Atenas. Aquel que no lucha, muere. Pericles, en cambio, no es ni historia. No ha tenido tiempo para existir. Aún así, en lo ínfimo de la nueva realidad, el teatro entero huele a oliva negra y a moscatel de Rodas.

El aire no es aire. Es agua y sal. El mediterráneo, hecho de reverse y plugin, lleva a sus confines todas las paces que los pueblos guerreros han ido firmando en su nombre pero no podrá evitar la vieja y eterna amenaza de nuestros países pobres que no es otra que el olvido. Siempre hermanos contra hermanos. Esta noche mismo será el fandango contra la seguiriya. Olas de la mar en calma, conchas cuajá de lunares, si me dieras tus amores, yo te entregaría el alma.

La primera escena ha sido una ola gigante nacida en los pozos de Delfos. Esa ola ya es una montaña que amenaza las casas encaladas de Conil. Todo por la gracia de Dios en el último acto. Oleaíta de la mar, qué fuerte venéis, se habéis llevao a la mare de mi alma, y no la traéis. Se quema incienso de  romero para relatar aquello que llamaban fuego.

Vuela la ballena sobre el palco principal. Dios muta los inalámbricos de los músicos. Relámpagos en wav. Desgarro genético en la garganta tartésica por peteneras. Exit lee el náufrago en la pegatina amarilla cuando la vida no es más que huir de la muerte. Jerez se ahoga de nuevo. De nada nos sirve lo que fuimos.

Pero aplauden los críticos, los filósofos extraños de estos días, y el público pidiendo auxilio bajo el casco del arca. No lleva animales. Sólo miedo. Miedo al fracaso. Miedo a los nuevos filósofos. Pero él, el de los auriculares, sabe que no hay nada que temer. Rojo sangre, RS11 en su teclado, para rescatar al sol y acabar, de una vez por todas, con la tormenta. Rojo contra azul.

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