Un encierro de los sanfermines, en una imagen de archivo.
Un encierro de los sanfermines, en una imagen de archivo.

He leído en un post en Facebook, un mentidero al que cada vez voy menos, que un búlgaro afirma que nadie en Europa se ha muerto por el coronavirus y que no nos enteramos porque no leemos, en especial no leemos el blog en el que aparece el búlgaro diciendo cosas obvias y en cuatro líneas: la gente se muere, toda, por parada cardiorespiratoria y no por un virus ni . Esto lo sabe cualquiera sin haber llegado a ser patólogo en ninguna parte. oComo cuando se compara la cantidad de muertos de Suecia para alabar la libertad de Suecia durante la pandemia, pero no se compara Suecia con Dinamarca, Noruega o Finlandia.

En realidad yo andaba liado con Japón, país que me fascina desde hace mucho tiempo. El canal arte.tv ofrece estos días un maravilloso reportaje sobre Japón, el país de los cinco elementos que, a tierra, agua, aire y fuego, añade el elemento espíritu. A cada paso me busco una película de cine, la última fue Earthquake Bird, título que hace referencia al epicentro de los terremotos, tan frecuentes allá. La película me gustó y me quedé con las ganas de volver a ver imágenes de una fiesta japonesa que se menciona: Tanabata, o fiesta de las estrellas, que celebra el amor entre dos de ellas: Vega y Altair. Un amor que en realidad es un triángulo amoroso con Deneb, conocido en astronomía como el triángulo del verano. Son unos amantes que solo pueden verse una noche al año, porque el río que es la Vía Láctea los separa el resto del tiempo. Tanabata es una leyenda de origen chino.

Resulta que el calendario gregoriano sitúa esta celebración el 7 de julio, San Fermín, me digo, a diferencia del calendario lunisolar que la mantiene en agosto o en septiembre. Los sanfermines, me he dicho, son una celebración muy poco poética, aunque pueda haber muchas poesías durante su celebración. Este año prohibida. Una fiesta que tampoco es original, sino la suma del Carnaval y de una feria otoñal de ganado que cayo en 7 de julio con el santo patrón de toda Navarra. Una fiesta que incluye una barbarie con los toros y que Pamplona podría volver a inventar, igual que antes fue inventada la fiesta actual de Los sanfermines. Quitarle los toros a Pamplona no sería para tanto si vemos la innumerable cantidad de festejos que ofrece y si observamos que la mayoría de las peñas van al coso taurino a comer, a beber y a cantar. Vaya, que no parece siquiera que se tomen mucho en serio ni a los toros ni a lo que hacen con ellos.

Desde hace muchos años he visto por la tele el chupinazo en el Ayuntamiento, el riau-riau con el vals de Astráin y cada mañana, antes de las ocho, a los mozos cantando ante la hornacina de San Fermín en la cuesta de Santo Domingo, el chupinazo en los corrales del gas y las carreras por la calle Estafeta y todo el recorrido. Mi abuelo era un gran aficionado taurino y hasta un tiempo después no comprendí que todo aquello no me interesaba verdaderamente, y que era posible resignificarlo como tantas otras cosas se han modificado por el bien de todøs. La pausa que este año está obligada a mantener Pamplona podría servir para reflexionar seriamente sobre ese aspecto concreto de Los sanfermines: el uso de los toros para la diversión de las personas.

Comprendo la dimensión de ritual que algunos asignan a los encierros de las fiestas de San Fermín, no la niego ni veo necesario evitar ese debate para insistir en su derogación. Otros muchos rituales y tradiciones se han modificado porque eran contrarios a los valores de la sociedad en cada momento. La tradición de ponerse a cantar a San Fermín en Santo Domingo es de los años 50, y ni siquiera había hornacina con el santo.

Cada sociedad inventa sus signos, sus tradiciones, sus costumbres y sus rituales. Nos hacen pensar que hay cosas que existen desde el principio de los tiempos y que por eso son sagradas e intocables, pero no es cierto. Permanecen, a la larga, tradiciones, costumbres o rituales que los seres humanos mantienen en su validez ética, o que son impuestas por el Poder incluso contra la sociedad.

El riau-riau, en realidad una tradición y ritual encaminado a entorpecer el avance de la corporación municipal hasta la capilla de San Fermín, es una claro ejemplo de que en Los sanfermines hay vida crítica también y que las cosas pueden cambiar; igual que se puso una hornacina para un santo donde no la había se pueden quitar los toros y buscar otro elemento de identificación nuclear para Los sanfermines. Esto, en todo caso, deben debatirlo con valentía los propios pamploneses.

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