El obispo de Córdoba en una fotografía de archivo.
El obispo de Córdoba en una fotografía de archivo.

En un alarde de valentía, la agrupación de Ganemos Córdoba va a pedir a la Fiscalía que actúe contra el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, y contra todos los obispos que han promovido el indignante manifiesto contra la Ley de Identidad y Expresión de Género e Igualdad Social y No Discriminación, “por su odio contra las personas homosexuales”.

Fernández no ha perdido ocasión para lanzar sus envenenados dardos a través de los medios de comunicación. El obispo cordobés, que aseguró que la ideología de género es “una bomba atómica que quiere destruir la doctrina católica”, ya dijo en otro acto público que la fecundación in vitro era un “aquelarre químico de laboratorio” o que la UNESCO estaba desarrollando un malvado plan para “hacer que la mitad de la población mundial sea homosexual“. Si eso lo dice públicamente, miedo da lo que dirá de puertas para adentro.

Son declaraciones premeditadamente lesivas y desafortunadas que no hacen sino subrayar la homofobia y el machismo recalcitrante que pregona la Iglesia Católica, sobre todo en las altas esferas de su rigidísima jerarquía. Y conviene puntualizar que estos ataques son más feroces en su cúpula pues resulta obvio que no todas las personas católicas piensan igual. Demetrio Fernández se alinea así con el inefable Cardenal Cañizares, que también ha enarbolado discursos de odio contra los refugiados, las feministas y “el imperio gay” y que ha terminado con un proceso abierto en la Fiscalía.

Ocurre que mientras que estos aborrecibles representantes de la Iglesia Católica creen aún vivir en el medievo, la gente se ha organizado y ha sido capaz —a través de las asociaciones LGTBI, los colectivos feministas y las agrupaciones políticas que apoyan su causa— de articular una respuesta seria, judicial y contundente a los que destilan insultos, odio y rencor. Gracias a una incansable pedagogía, la homofobia, el racismo y la xenofobia comienzan a no tener cabida en nuestra sociedad, y la gente no va a tolerar que prediquen consignas hirientes y despreciables a los cuatro vientos sembrando odio en nuestras calles y nuestros hogares.

Cañizares y Fernández se escudan en una vil mentira (también premeditada) cuando aseguran que siguen las consignas de Bergoglio, pues ya hemos visto una y otra vez que el pontífice argentino está intentando apaciguar la profunda homofobia que practica la Iglesia.

La alta jerarquía de la Iglesia se equivoca al enrocarse en una cuestión, la de la libertad de género e identidad sexual, que más temprano que tarde caerá por su propio peso y ante la que tendrá que ceder, máxime cuando en sus templos y hermandades participan diariamente muchas personas homosexuales. El reciente empoderamiento de las clases populares discute cara a cara con la Iglesia sus verdades absolutas y ofensivas sobre nuestra identidad sexual y rebate su perverso manejo de conceptos universales que no son de su propiedad. Si van a seguir predicando el odio enmascarándolo de amor puro y verdadero nos va a encontrar unidas, enérgicas, valientes y organizadas. Ni un paso atrás daremos ante la homofobia.

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