La pregunta es obligada: ¿estamos volviendo gilipollas a nuestros hijos? Sin ánimo de ofender a nadie.
La pregunta es obligada: ¿estamos volviendo gilipollas a nuestros hijos? Sin ánimo de ofender a nadie. Lo primero que se os puede pasar por la cabeza es que los niños de hoy en día abusan de las tecnologías -por supuesto es culpa de los padres-, pero no, no me refiero a eso. Quiero profundizar un poco más en el tema. Lo de las tablets y los móviles es un caso aparte. Por mi parte, no lo considero negativo si sabe administrarse. Al fin y al cabo es el futuro, y ¡ay del niño que no sepa manejar las pantallas táctiles de aquí a unos años! No prohibáis la tecnología a vuestros hijos. Es un error.
La cosa va de formar personas. A los niños hay que educarlos pensando en su futuro, preparándolos para la vida. Y ahora, en cierto modo, los estamos convirtiendo en unos blandengues. No digo que los soltemos, aterrorizados, en el bosque y que no vuelvan hasta que traigan un lobo colgado del hombro. No somos espartanos. Aunque a algunos les vendría bien un susto de esos.
En tiempos de paz y bonanza, sin contar la crisis, es normal que haya una tendencia a proveer a tus hijos de todo. Pero debemos hacerles comprender que la vida no será fácil y, sobre todo, no acostumbrarlos a tener cualquier cosa que pidan. El consumismo es el culpable de que la cultura del esfuerzo pierda consistencia. Es increíblemente sencillo conseguir el televisor de tus sueños sin tener un duro. Las financiaciones permiten tener casi lo que quieras. Atrás quedaron los tiempos de rondar, durante meses, el escaparate del producto deseado hasta que conseguías el dinero suficiente. Luego, la realidad te golpea si se acumulan los pagos.
Por suerte, mi familia siempre ha tenido para darme y nunca me ha faltado de nada. Recuerdo un día en el que no sabía el valor del dinero, que fui con mi padre a una tienda y había una pistola de juguete. Valía 250 pesetas. 250 pesetas del año 1988. Mi padre podía permitírselo más que de sobra y me dijo: «Eso es mucho dinero, ¿sabes la de cosas que se pueden comprar con 250 pesetas?». No era mucho dinero. Era mucho dinero para comprar un regalo a un niño de seis años porque sí, sin ninguna excusa, sin habérmelo ganado. Con el tiempo me la compró. Él y yo acordamos que me la compraría si le ayudaba en la compra de la semana, a llenar el carro, a subir las bolsas, etc. No era un trabajo arduo, pero al menos me iba a ganar mi regalo. Y aprendía una cosa muy valiosa: a esperar. Ahora compro a mis hijos infinidad de sobres de merchandising de series de dibujos animados y de estampitas prácticamente a la media hora de que me los pidan. A veces me da el click y me doy cuenta de que lo estoy haciendo mal.
Esperar. Cuánto te hace esperar la vida y nuestros hijos no lo están aprendiendo. Vivimos en la época de lo inmediato y lo efímero.
Hay muchos valores que tenemos que enseñar a nuestros hijos. No sé por qué, últimamente se ha creado un halo de sobreprotección en torno a los niños. Los mismos niños que experimentamos lo contrario procuramos a los nuestros una preocupante burbuja de cuidados. Desde el extremo de «mi niño es muy bueno», donde el profesor siempre es el malo, o «el médico no tiene ni idea» -todo esto daría para 945 artículos-, hasta la falta de castigo por una mala acción.
Para terminar, os contaré una anécdota que resume muy bien la educación que recibí y que me ha servido para convertirme en alguien de provecho: Tenía nueve años. Me colé en una obra con mis amigos para hacer el gamberro. Saltando de una zanja a otra, me caí sobre un encofrado y me clavé un hierro en la espinilla. El hierro se hundió dos centímetros en mi carne. La herida tenía al menos cinco puntos, varias vacunas y alguna dosis de morfina. Llegué a casa y me apliqué mercromina. Tardó en curarse casi un año, se me infectó varias veces e incluso me dio fiebre. Mi madre no se enteró de nada, ¿sabéis por qué? Porque si mi madre se entera de que me he caído en una obra haciendo el gamberro, la herida sería lo de menos. Mi madre lo estará leyendo ahora. Hola, mamá. A lo mejor todavía me cae el castigo con intereses. Aguanté y aquí estoy: made of steel, made of stone.
Los tuiteros hablan: ¿Cómo te sobreprotegían a ti?
A mí era en plan “Con que no te mueras y llegues a la hora de cenar, nos vale. O sólo con que llegues a la hora de cenar” (@indigenica).
A mí me sobreprotegían cuando mi padre cambiaba a Ducados Light al fumar en el coche (@cl4usman).
Una vez me dijeron “cuidado” y otra “te vas a caer”. YA (@DaniBordas).
Yo a mi hija le pongo casco y coderas cada vez que salimos de casa (@PascuOnFire).
No puedo aportar nada porque somos seis varones y mi madre se dio cuenta de mi existencia a los ocho años, creo (@beticorro1).
Cruzándome la cara después de sacarme del arcade por las orejas. Y que tenga que ver a gamers quejándose hoy... (@sai54).
Con 8 años me perdí en El Corte Inglés y llegué solo a mi casa, en el quinto coño. Desde ese día me dejaban las llaves del coche (@jofaifo).
Si me caía de la bici, me pegaban (@PasitosTiernos).
Comprándome juegos del Spectrum (595 ptas.) cuando estaba malo (@shyquiyo).
A mí mi madre me decía “COMO TE CAIGAS TE MATO”. Mano de santo, tío. MANO DE SANTO (@Onde_va_iyo).
Dice mi madre que le expliques “sobreprotección” @StoneyRita.
Hasta los 15 me sobreprotegían a base de alpargatazo. Desde la distancia incluso (@osteoconhueso).


