Un mundo enfermo

En el año que vivimos padecemos una guerra, la de Ucrania, fruto de la locura más endiablada que jamás hemos vivido los que nacimos después de la Segunda Guerra Mundial

Las tropas rusas en los territorios temporalmente ocupados en Ucrania siguen violando los requisitos del derecho internacional humanitario.
Las tropas rusas en los territorios temporalmente ocupados en Ucrania siguen violando los requisitos del derecho internacional humanitario.

Si el bueno de Kant, Emmanuel, el filósofo, levantara la cabeza, volvería a bajarla de nuevo, lleno de asombro y de vergüenza. El padre del imperativo categórico o de los juicios sintéticos a priori, apostaba, en su Crítica de la razón práctica, por la superación de los problemas sociales cuando la humanidad alcanzase su mayoría de edad, momento en el que todos haríamos lo debido, buscando el interés general, por encima de nuestros particulares intereses.

Sin embargo, en el año que vivimos padecemos una guerra, la de Ucrania, fruto de la locura más endiablada que jamás hemos vivido los que nacimos después de la Segunda Guerra Mundial. Y seguimos bajo los efectos de una pandemia que ha transformado nuestras vidas y de la que no parece que algunos hayan aprendido nada. Y en España, mi patria, una plataforma mantiene una huelga de transporte que han decidido continuar, incluso, desde antes de haber leído el acuerdo firmado por otros, lo que demuestra, en mi opinión, su verdadera voluntad.

Cosas como estas, tristes e incomprensibles, nos recuerdan la fragilidad humana, nos muestran la debilidad social y nos confirman la inconsistencia de nuestro equilibrio mental comunitario. Vivimos en un mundo gravemente enfermo.

La pandemia nos cogió por sorpresa y aún la venimos padeciendo. Nos mostró la incontestable utilidad  de lo público, la irrefutable necesidad de lo comunitario y la innegable fortaleza, aún a pesar de los pesares, de la sanidad pública. No obstante, las encuestas recogen el avance de las opciones que más apuestan por reducir el estado, por comprimir lo público, por achicar la sanidad. Pero la pandemia también nos ha dado  algunas otras lecciones que no deberíamos olvidar.

El capitalismo ultraliberal, nacido con la globalización y cuyos ejes básicos son la desregulación y la reducción de lo público a la mínima expresión, ha mostrado sus debilidades e ineficiencias. La apuesta por el capitalismo financiero, un siniestro juego de Monopoli, y el abandono de la economía productiva, han sacado a la luz las carencias del sistema. Y cuando hemos necesitado mascarillas, test, jeringuillas, oxígenos, etc., hemos tenido que mirar para oriente. Producíamos tan poco de cosas tan necesarias que, a la gravedad de la pandemia, hemos tenido que añadir la ineficacia de nuestros sistemas productivos. El edén de los intermediarios.

Pero, ojo, no debemos olvidar que, en situaciones tan dramáticas como las que padecemos, algunos hacen su agosto

Pero también la guerra contra Ucrania, además de ser un horrible genocidio,  ha destapado ineficiencias y desequilibrios del orden mundial vigente tras la caída del muro de Berlín. El alter ego norteamericano, Rusia, ha demostrado ser un fracaso en la guerra convencional. Su control sobre armas atómicas y biológicas lo convierten en un serio peligro, más aún en manos de un sátrapa demente, pero ha demostrado su debilidad en la guerra tradicional, lo que desgraciadamente, y debido a la insania putinesca,  está provocando la muerte de muchísimos más civiles. Luego, el ridículo papel de la Unión Europea ha quedado al descubierto. La unión económica no es suficiente, y esta guerra, junto con la pandemia, ha demostrado la necesidad de ampliar las esferas de cooperación. La dependencia energética, la inferioridad militar, la subordinación a USA, la confrontación entre intereses nacionales y europeos, etcétera,  aconsejan darle una vuelta a la idea de la Unión.

Pero, ojo, no debemos olvidar que, en situaciones tan dramáticas como las que padecemos, algunos hacen su agosto. Los intermediarios, de todo pelaje y condición, ya sea con mascarillas, armas o energías, aprovechan el shock en el que nos encontramos para incrementar sus beneficios. El bien común, del que hablaba Kant, sigue ausente aún a pesar de las dramáticas pruebas a las que estamos siendo sometidos. El mundo no solo está enfermo, sino también corrompido.

La rapidez con la que nos acostumbramos a las imágenes de la guerra, la prontitud con la que asumimos la muerte de civiles inocentes, incluido niños, o la celeridad con la que forjamos nuestras posiciones en el debate público, sin el menor atisbo de duda, son en mi opinión un claro ejemplo de esto.

En definitiva, el mundo no será el mismo tras las guerras de nuestro tiempo, pandemia y Ucrania. Estamos repitiendo el horror nazi y seguimos desdeñando el valor de lo comunitario y de lo público,  única herramienta posible para enfrentar problemas que superan claramente nuestras individualidades. Y yo, como muchos, me avergüenzo de mi especie.

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