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Es más raro que un perro verde..., lo es y seguramente ya lo era cuando asistía al colegio como alumno de EGB.

No me cuesta imaginarlo sentado en primera fila, frente a la mesa del profesor y bolígrafo en mano, levantando el dedo cada vez que el maestro preguntaba al vacío sobre quién había descubierto América o quién había sido el genio que había proyectado la imprenta..., mientras la mayoría de sus compañeros gestionaban otros asuntos como de dónde provenía el olor a mortadela o, en el caso de los más prematuros, cómo conquistar las tripas de las jóvenes doncellas de la clase para componer, ya de noche, los primeros sueños húmedos.

Así puedo imaginarlo..., como a un niño de camisa de rayas, al que todos tendrían como repelente, que deseaba destacar por encima del grupo para hacerse un hombre de bien a los doce años...

Pero por otro lado puedo verlo relegado a una esquina, junto a la puerta, y silenciado por la brutalidad de la manada; parodiado por el simple hecho de llevar -no sé en su caso- unas gafas de pasta o poseer un apellido que rimaba forzosamente, cada lunes por la mañana, con alguna brutalidad indigna.

No me cuesta dibujarlo en el patio de un colegio cualquiera, sentado en un banco, viéndolas venir..., cuestionándose que tal vez debería ser más prudente y no alimentar el viejo mote de maestro liendre que lleva arrastrando desde que se preocupa por el cómo y el porqué de las cosas; decidiendo que sería conveniente no rodearse de tantas buenas amigas y echarse un amigo de esos de patadón y bomba fétida, de vez en cuando, para dejar de ser la broma crónica del recreo.

Tal vez nunca fue ninguno de los dos casos -ni el infatigable estudiante ni el forzado a dejar de estudiar- sino un chico normal, de nombre normal y aspecto forjado a lo cotidiano; hecho a correr hacia ninguna parte en el recreo y dispuesto a pegar algún que otro empujón a viejos colegas y a saber recibir, sin rechistar, tres palabrotas... Uno de tantos y tantos pero que cansado de pertenecer a esta gran tribu de aceptados en la que nacemos todos decidió ser uno mismo..., un perro verde de carne y hueso.

No me cabe duda. Mi amigo Manuel, como podrían bramar los viejos y resalto yo de broma, es más raro que un perro verde..., y como únicos y extraordinarios, en esta sociedad de copias malas y falsas, a los extraños se les condena con el murmullo insano y el prejuicio de quienes gritan con la boca cerrada..., animales salvajes de boca pequeña que sólo son capaces de ver en blanco y negro.

(A Manuel Romero Bejarano).

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