Sin cortar la cinta

Carlos Piedras, nuevo jefe de Edición y Opinión de lavozdelsur.es, en un retrato en la redacción del periódico.

Nací en Madrid, en 1965, aunque llevo exactamente media vida viviendo en Jerez. Soy licenciado en CC de la Información (Periodismo) por la Universidad Complutense. He sido jefe de la sección local del Diario de Jerez y también he trabajado en Información Jerez y el Diario Ya (época de Antena 3). He colaborado con El Mundo, Economía y Empresas, Notodo… Soy socio fundador y colaborador habitual de lavozdelsur.es. Últimamente he publicado el libro ‘Sherry & Brandy 2.0’ y he redactado el guion del documental sobre el vino de Jerez ‘Sherryland’. Todo esto ha hecho que me vaya haciendo una idea aproximada de las cosas… 

Plaza Esteve en una imagen reciente.
Plaza Esteve en una imagen reciente. MANU GARCÍA

Cuentan que a mediodía del jueves se pudo ver a un tipo en la plaza Esteve y en los bares de alrededores con una de esas banderas de cuadros blancos y negros como las que se utilizan –hoy ya más por romanticismo que por otra cosa– en la línea de meta de las carreras de coches y motos. El tipo hablaba un castellano un poco de trapo, no se sabe bien si por efectos del oloroso –al que parecía ser tan aficionado como al mundo del motor– o simplemente por haber nacido en otras latitudes… tal vez fuera por un poco de todo. Nuestro hombre, dicen, hacía auténtica magia con la bandera: a veces, con ayuda del levante, se la ceñía al cuerpo como si fuera un sari hindú; otras veces citaba –muy torero, muy parado, muy belmonteño- a un hipotético toro o coche, no se sabe; otras veces rendía su particular homenaje a los abanderados del Palio de Siena e incluso, ante la falta de prestancia de un camarero, hay quien cuenta que vio a nuestro amigo utilizar la bandera como bayeta y limpiar con ella su trozo de barra para poder acodarse en condiciones.

El tipo recorrió varias veces de arriba abajo la plaza Esteve –siempre acompañado de su bandera- aparentemente inspeccionando la calidad del asfalto que tenía ante sí. Cuando comprobaba la negritud y la densidad del asfaltado parecía sonreír y, aunque no entendía bien la velocidad que marcaba el suelo, supuso que se trataba de alguna medida local que fácilmente podría multiplicarse por diez a efectos prácticos. Sin embargo, cuando vio la P con una flecha a la izquierda que indica la entrada al parking, dio un par de voces pidiendo –es un suponer- que se presentara el pintor y terminara correctamente su trabajo, poniendo a esa P la barriga que le faltaba para convertirla en una B, la b de boxes, que lógicamente deberían estar ubicados en la plaza Esteve, faltaría.

La presencia de los autobuses en un lateral no le produjo zozobra por el uso del espacio, al contrario, sintió auténtica alegría. Fiel al viejo estilo, nuestro amigo es de los que piensa que hay que traer al público hasta el mismo corazón de los eventos… tanta valla ni tanta valla como hay desde hace años en los circuitos, en los conciertos y otros eventos. Lo del carril bici le gustó menos, pero bueno, son los tiempos. Lo que no entendió en absoluto fue la línea de empedrado que hacía las veces de separador entre dicho carril y el flamante asfaltado. ¿Por qué no se han llevado todo este empedrado al carril-bici? –dijo un ‘boliza’ habitual de la zona que creyó entenderle, que en realidad vete tú a saber- para decir a continuación algo del pavés y de la París-Roubaix, que eso lo entendió uno de esos esforzados sprinters que se toman muy en serio en Jerez todo lo relacionado con el carril bici.

Cuando vio aparecer a lo lejos lo que supuso que eran los próceres de la ciudad decidió cobijarse un rato en el interior de La Vega’y seguir los acontecimientos desde un ventanal. Puso la bandera doblada sobre sus piernas, debajo de la mesa, y pidió otro oloroso para seguir los acontecimientos. A los cinco minutos solicitó que le sirvieran unos churros en un castellano, por una vez, bastante aceptable. Le extrañó que en un país 24/7 con el turismo, el camarero le dijera que no había churros, que era demasiado tarde o demasiado pronto, según se mirara, mientras se encogía de hombros y se echaba una servilleta al hombro dispuesto a seguir con sus quehaceres.

“Desarrollo económico del centro histórico”, “estética funcional”, “menor impacto acústico”… oía pero no entendía muy bien lo que querían decir. Total, todo eso estaba bien, pero nuestro hombre se preguntaba qué tipo de capitostes eran estos que no habían previsto cortar una cinta para inaugurar formalmente tamaña obra asfáltica. Un par de minutos de charla con la prensa… tres, cinco… y nada, adiós muy buenas: se van sin poner -ni cortar- una cinta…

Nuestro tipo pagó el último oloroso, salió, se puso en mitad de la calle, desplegó la bandera de cuadros y comenzó a agitarla mientras pasaba el tráfico. “Se van a enterar estos de Jerez de lo que es una auténtica inauguración de asfalto”, dicen que masculló entre dientes…

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