Al PSOE le gustan las mesas de diálogo. A quién no, en realidad. Se dialoga tanto que del diálogo como instrumento para alcanzar un fin estamos pasando al diálogo como fin en sí mismo: una especie de metadiálogo. Ahí está el ejemplo de la mesa de diálogo del Gobierno socialista-podemita con los independentistas catalanes. Y todo con seguridad jurídica, oigan. Y cuando decimos mesa de diálogo queremos decir diálogo, no negociación, que hay que ver cómo se ponen los dirigentes de la derecha. El problema para mí, lo voy a decir ya, es que no leen El País. En los artículos de El País aparece siempre muy claro: mesa de diálogo. Pues ya está, no sé qué hay que discutir.
Ese es un mal de toda la vida entre los políticos españoles, que no leen la prensa, digamos, contraria. Y así no se puede. Hace años recuerdo que un dirigente socialista me comentaba que solo leía El País y la prensa local de la provincia de Cádiz. Cuando este cronista le comentó que si fuera él, si tuviera su cargo, le prestaría más atención a lo que publica El Mundo o el ABC que a lo que publica El País —hablamos solo de política, claro—, al fin y al cabo siempre previsible desde su óptica, me puso esa mirada que quiere decir “este chico a veces es que parece tonto”. Meses después tuve una conversación parecida con una dirigente del PP local y me dijo tres cuartos de lo mismo pero al revés, que no leía El País. Claro que, todo aquello visto desde la perspectiva actual, tiene un valor relativo: fue antes de los ERE, para los unos, y de la Gürtel, para los otros, así que me da que todos los medios ganaron lectores no precisamente afines.
Pero como es habitual en este espacio nos estamos desviando del tema de partida. Y ese no es otro que la necesidad de abrir mesas de diálogo en la ciudad, en línea con lo acontecido en Madrid. Personalmente veo un poco aburrido Jerez en los últimos tiempos, una atonía de la que tal vez pudiera salirse precisamente con la proliferación de mesas de diálogo. Se trataría, en definitiva, de reactivar la política local, tanto por lo que se refiere a la acción de gobierno como a la implicación ciudadana. Allá van algunas propuestas, como siempre modestas pero, como siempre también, debidamente enunciadas para centrar al máximo el objeto de debate.
Tras los últimos tumultos se propone en primer lugar “Jerez, zona Sur (O hay otras formas de diversión)”, una mesa en la que será complicado llegar a acuerdos porque en Jerez, en Andalucía y en España la diversión siempre se ha considerado un derecho –recuerden aquella frase hecha, ya mítica, que usaban todos los políticos en los tiempos más duros del botellón para lavarse las manos: hay que compatibilizar el derecho a divertirse con el derecho al descanso, así, a pelo, fifty fifty, de igual a igual—.
No debería preocuparse el gobierno municipal si en esta mesa no se llega a nada positivo, entre otras cosas por la tendencia underground de buena parte de los posibles interlocutores, así que mejor probar suerte con “El Arroyo, un poquito de gentrificación, por favor”. El objeto de debate sería el vacío causado por la marcha de la comisaria de la Policía Nacional y los rumores crecientes sobre la marcha de las urgencias del centro de salud de San Dionisio. Esta mesa puede tener varias ‘submesas’, ya que no hay una postura única entre los vecinos: los hay totalmente alérgicos a la palabra ‘gentrificación’ y que, como los hermanos de Jesús, preferirían ‘perderse’ en el desierto antes de que les pongan al lado unos apartamentos turísticos o un restaurante coreano especializado en ceviches ecuatorianos y pastelas marroquíes, y hay otros, seguidores de Woody Allen, que están por ‘toma el dinero [el de los turistas] y corre’… corre a cualquier barrio de las afueras. En realidad, aquí no se esperan grandes propuestas municipales hasta que González Byass termine su particular obra de El Escorial, perdón, su hotel enológico.
La disyuntiva actual entre asfalto y empedrado en el centro de la ciudad, sería objeto de diálogo en la mesa “Y hablando de adoquines, ¿qué tal está tu padre?”, una vieja frase insulto escolar totalmente desactualizada pero que viene al pelo rescatar. En “Y hablando de adoquines…” se puede debatir de todo, incluso de las ansias de libertad del gobierno municipal, de libertad para asfaltar, se entiende, llevadas a un grado extremo. En realidad se trata de una mesa en la que seguro que van a convivir grandes propuestas de corte filosófico y religioso (de la piedra filosofal al bíblico “tú eres Pedro y sobre esta piedra…”) a otras mucho más livianas como “Macadam o Macadamia” o, dicho de otra manera, “Asfaltado y Alimentación sana”, que se pueden quedar en simples ponencias. El futuro de la plaza Vargas tal vez si merezca una ‘submesa’ por el calado del debate de su remodelación en ciernes. Ya puestos a cuestionar, debería empezarse por el propio nombre de este coqueto espacio. Tal vez plaza Belgrado –una broma solo para asiduos a la zona— daría una perspectiva acertada al debate desde su inicio.
Una más. Solo una más, para no cansar. No hemos hablado nada de la ciudad en general. Es un tema que debería abordarse debidamente en la mesa “Historia contemporánea de Jerez: del pueblo a la ciudad y de la ciudad al pueblo”. Tras este aparente trabalenguas (o capítulo de la familia Alcántara) se debería analizar el viaje realizado por Jerez desde comienzos de los 90 a hoy huyendo de la visión simple del tablero del juego de la oca que propone el propio enunciado. Sería importante contar con el testimonio de las fuerzas vivas de la ciudad y/o de las fuerzas vivas del pueblo, según se considere cada una, para intentar ‘cartografiar’, como dicen ahora los políticos, dónde está y hacia dónde se dirige Jerez. Alcaldesa, oposición, obispo, presidentes de los consejos reguladores, hermanos mayores de las cofradías clásicas, hermanos mayores de las nuevas cofradías, hermanos mayores de las futuras cofradías… debe escucharse la opinión de todos para establecer un auténtico plan táctico –los planes estratégicos está demostrado que no dan resultado— que sea resultado de un fructífero diálogo. Y es que a Jerez no le queda otra: diálogo, diálogo y diálogo…
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