Escalíchate...

Carlos Piedras, nuevo jefe de Edición y Opinión de lavozdelsur.es, en un retrato en la redacción del periódico.

Nací en Madrid, en 1965, aunque llevo exactamente media vida viviendo en Jerez. Soy licenciado en CC de la Información (Periodismo) por la Universidad Complutense. He sido jefe de la sección local del Diario de Jerez y también he trabajado en Información Jerez y el Diario Ya (época de Antena 3). He colaborado con El Mundo, Economía y Empresas, Notodo… Soy socio fundador y colaborador habitual de lavozdelsur.es. Últimamente he publicado el libro ‘Sherry & Brandy 2.0’ y he redactado el guion del documental sobre el vino de Jerez ‘Sherryland’. Todo esto ha hecho que me vaya haciendo una idea aproximada de las cosas… 

Juan 'El Escalichao' cantando en calle Porvera. FOTO: JOSÉ RAMÓN CASARES.
Juan 'El Escalichao' cantando en calle Porvera. FOTO: JOSÉ RAMÓN CASARES.

Digamos que no es muy habitual ver a un tío vestido de flamenca. Ni siquiera en Jerez. A ver, sí, están las despedidas de soltero, pero no es lo mismo. La verdad es que la primera vez en que conscientemente me crucé por la calle con Juan 'El Escalichao' —su reino era Porvera y alrededores— me quedé sin palabras al verlo ataviado con un traje de gitana, y además ni más ni menos que ‘estilo Marisol’, para entendernos. El vestido en cuestión no es que fuera pequeño, que lo era, claro, sino que es que además le estaba pequeño, lo que le obligaba a llevar debajo un pantalón, por lo que la sensación era la de estar viendo de cadera para arriba (donde le caían los volantes) una especie de rotring, tubo dental o salchichón, pero indudablemente flamenco.

Precisamente El Escalichao llevaba ese vestido de Marisol cuando presencié uno de los momentos más surrealistas ocurridos seguramente en la Porvera —lo que es mucho decir, porque esa calle tiene algo de vórtice, de sitio proclive a encuentros a mitad de camino entre lo bizarro y lo boliza— en su historia más reciente. A la sazón, El Escalichao se cruzó con alguien del barrio a quien nos vamos a aproximar llamándolo El Pollo, le gustaron sus pantalones y se lo hizo saber. El tal, agradecido (por intentar adjetivar), le dijo que por él no había problema, que se los cambiaba por los que llevaba puestos nuestro héroe. Así que, ea, ni cortos ni perezosos, tenemos a dos tíos de más de 50 años y 70 años —este último era el Escalichao, ya por entonces— en gayumbos y en plena Porvera, uno con el pequeño añadido de que lo que llevaba por encima era un minúsculo traje de gitana…

El Escalichao tenía más trajes de flamenca, claro. Tenía alguno hasta los pies, lo que no significa forzosamente que no llevara debajo pantalones —la curiosidad del cronista tiene un límite— cuando lucía sus galas por las calles del centro porque le apetecía o incluso, si le coincidía en fechas, decidía acudir de esa guisa al Real de la Feria, ya que él era imprevisible: si antes decíamos que se le pudo ver en faralales y gayumbos disfrutando de la primavera-verano jerezana, no es menos cierto que los once kilómetros que separan la Porvera de la playa más cercana se antojan para mucha gente mayor de Jerez-Jerez, como era su caso, insalvables por mucho 15 de agosto que sea y traje de gitana que se lleve…

Pese a la frecuencia con la que lo usaba —se ve que lo encontraba cómodo, contrariamente a la literatura habitual al respecto: “para lucir hay que sufrir”, dice el tópico— nunca me acostumbré del todo a ver al Escalichao con traje de flamenca. Esa cara peculiar, de tipo vivido, casi duro, una especie de Bukowski cañí, definitivamente chocaba con tanto lunar, sobre todo cuando apostaba por la galleta grande… Siempre preferí al Escalichao que plantaba cara a todo lo que venía a perturbar su querida —u odiada, solo él lo sabía— Porvera.

Impagable, por ejemplo, cuando una tarde, ataviado con uno de sus trajes de gitana y portando en una de sus manos un teléfono —un supletorio góndola de los años 70— atacó duramente la ‘aleta de tiburón’ que el gobierno municipal había colocado en el lateral derecho (en el sentido del tráfico) de la calle. Mientras con una mano simulaba que llamaba a alguien por el teléfono de góndola con el cable cortado —solo el Señor, en su infinita bondad, sabe a quién ‘hablaba’—, con la otra arremetía fieramente contra el plástico azul de la ‘aleta de tiburón’ que durante unas pocas semanas quiso delimitar el transporte público en esa calle y convertir esos doscientos metros en los de una gran ciudad o así. Este cronista insiste en su apreciación: mejor el anarquista que el (supuesto e improbable) ‘queer’ que seguro que alguien en estos tiempos de confusión querrá elevar a algún altar en nombre de las nuevas religiones.

Por lo demás, sí, es cierto que se le conocía cierta vocación artística, que pintaba algunas cosas, sobre todo flores, bebía con sus ‘masomenosamigos’, algunos de ellos bohemios de pedigrí local… Y aunque puede que al público generalista El Escalichao repeliera más que atrajera, algo lógico en estos tiempos de ‘morrico Instagram’, lo cierto es que era un tipo que, por muy al filo que fuera por la calle (y por la vida), casi casi siempre sabía parar a tiempo y ser educado; ninguna tontería hoy por hoy…

(DEP).

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