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No hay vigilantes medioambientales suficientes, si es que los hay, y la policía debe pillar estas malas prácticas in fraganti para poder actuar.

Durante la semana pasada se lanzó un titular que debo reconocer que me sorprendió, decía algo así como Frente común por la limpieza del centro histórico. Y estoy de acuerdo, sobre todo en el diagnóstico que se expuso y que hablaba de horarios de recogida de basuras, contenedores mal ubicados, olores y deshechos tirados a horas poco prudentes. Obviamente se trata de una tarea que es competencia de todos los agentes que actuamos en el centro histórico, desde el negocio de hostelería que no limpia el espacio ocupado por sus veladores hasta el comerciante que acumula cajas y cartones en la puerta de su negocio en calle Larga, pasando por el residente que tira la basura todos los días por la mañana o al medio día sin importarle en absoluto los olores que se pueda producir y las situaciones insalubres que pueda provocar. Y ya de los que dejan su bolsa fuera del bidón, a merced de los perros, gatos o ratas que pululan por todas partes, ni hablamos. Definitivamente sí, la culpa de la imagen de suciedad que ofrece la zona debemos repartirla entre todos como buenos hermanos.

Dicho esto, hoy pienso que en muchas ocasiones se pone el foco en los hosteleros y comerciantes, que desde luego tienen su parte de responsabilidad en toda esta historia (faltaría más), pero pocas veces se menciona el papel del ciudadano incívico que no respeta los horarios ni a sus vecinos ni el entorno en el que vive. Normalmente se trata de esa persona, llamémosle guarra o cerda, que hace lo propio allá por donde va: cuando está en la playa, deja el lugar en el que ha pasado el día hecho un estercolero; cuando está viendo una procesión, deja el suelo lleno de cáscaras de pipas, bolsas y latas, ya sea desde un palco o a pie de calle; saliendo a tomar algo por las noches, son de los que orinan en cualquier esquina a la vista de quien sea o de los que dejan el regalito de su mascota allá donde caiga; si están conduciendo, son de los que tiran las colillas encendidas por la ventanilla o arrojan papeles y plásticos a la carretera. Y estamos hablando de actitudes, que desde luego están muy ligadas a la educación recibida y aceptada, que no entienden ni de edad ni de sexo y tampoco (estos a menudo suelen ser los peores) de nivel económico y social.

Por tanto, sí, estoy haciendo crítica de mis propios vecinos, de esos incívicos que no saben ni quieren entender el privilegio del lugar en el que viven y que ni tienen la sensibilidad ni los conocimientos ni la educación necesaria como para llegar a entenderlo algún día. ¿Cómo solucionamos esto? Pues, como todo en esta vida cuando se ve que no puede existir una solución dialogada: controlando, denunciando y, sobre todo, multando. Y así volvemos a la Roma a la que en Jerez conducen todos los caminos que tienen que ver con mala gestión, falta de control o dejadez: nuestro Ayuntamiento, el de ahora, el de antes, el de antes del de antes y el que todavía estaba antes de aquél. No hay vigilantes medioambientales suficientes, si es que los hay, y la policía debe pillar estas malas prácticas in fraganti para poder actuar. Por tanto la impunidad con la que estas personas proceden diariamente es sonrojante e indigna de una ciudad europea del siglo XXI.

Tienen también absoluta razón aquellos que dicen que Jerez no es sólo el centro y más cuando hablamos de algo tan básico como es la limpieza, cuyas deficiencias son tan evidentes y generalizadas que es imposible encontrar una sola zona de Jerez que no padezca este problema. Todos pagamos los mismos impuestos y merecemos que nuestros barrios reciban el mismo trato y atención. También es verdad que, cuando se habla de estos temas exclusivamente refiriéndose al centro histórico, se hace mirando por la imagen que se ofrece a las personas que nos visitan, que por lo general restringen su transitar por la ciudad al centro histórico como seña que marca la diferencia entre unas ciudades que cada vez se parecen más en su fisonomía.

Frente común, sí señor. Pero debemos considerar que los que no participamos directamente de la gestión del servicio de limpieza de la ciudad, no podemos hacer más que actuar de forma civilizada y concienciar al que todavía no lo hace. Así mejorará un poco la situación, pero quedará en nada si los que tienen la responsabilidad de gestionar bien los recursos no lo hacen. Es, en definitiva, hacia donde deben ir dirigidos todos los frentes y todas las presiones para que esto no termine quedando, como en otros ámbitos, en una bonita y utópica declaración de intenciones.

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