Julio Anguita, en una imagen retrospectiva. FOTO: FERRÁN MALLOL
Julio Anguita, en una imagen retrospectiva. FOTO: FERRÁN MALLOL

Ha muerto Julio Anguita, inesperadamente, mientras empezábamos a organizarnos para la última batalla. Una batalla clave, como él mismo nos advertía por teléfono. Se trata de combatir por una normalidad que el sistema no puede reinventar como si nada hubiera pasado, a partir del final de la llamada desescalada. O mejor dicho: a partir de ya. Y la solución es programática y organizativa. La solución se plantea desde la palanca clave a la hora de crear hegemonía: la organización, la movilización de la izquierda, ya que si esta no se produce, por ese hueco, como ha pasado en casi toda Europa, se cuela el neofascismo.

En algunos textos que he redactado estos días he utilizado una metáfora que parece exagerada si no se explica: la muerte imposible de Julio Anguita. No me refiero a otra cosa que a la pervivencia de su memoria, de la memoria de su biografía política y personal. Y esa pervivencia va a suponer, a mi juicio, un impulso referencial de mucho voltaje, similar al de Pasionaria, por ejemplo.

Hay que decir desde el principio, a modo de resumen general, que sus propuestas siempre han tenido un significado de alternativa;  es decir, suponen “otra” cosa, y están planteadas desde la alteridad, la “otredad” de un cambio en profundidad. No se puede insertar su filosofía de fondo en el campo de las alternancia, es decir, en las variantes de superficie sobre lo habitual, lo establecido, lo que le da contenido al sistema. Por eso dijo muchas veces que, en ese sentido, él era una persona antisistema.

Julio supo aunar de forma estable, y dialéctica, la ética, la ejemplaridad y la política, frente a ese mensaje de la rabiosa actualidad, tan usual en estos tiempos posmodernos, que no trae causa de la memoria histórica ni apunta a palancas contradictorias con el sistema. Frente a esa política de mercado, quiero decir, de corte populista, que “vende” un mensaje o una imagen en la bolsa diaria de los valores electorales, Julio se fajaba con la verdad de los cambios, imposibles sin lucha, aunque el discurso les doliera a las conciencias acomodaticias.

En este orden de cosas nos planteó, en sus últimos días, un manifiesto a fin de dar la batalla por “otra” normalidad, frente a los intentos de lo establecido por construir una nueva modernidad a su imagen y semejanza. Él se ha ido físicamente, porque todos tenemos nuestro turno, pero la lucha sigue, y la vamos a dar, con él, de cara a una nueva situación que no regrese a las causas injustas que nos han traído hasta donde estamos. Hay que reagruparse, organizarse, salir a la calle y dejar sobre la mesa los perfiles de un programa alternativo, construido colectivamente. La batalla es muy importante, repetía al otro lado del teléfono.

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