La realidad y el deseo

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

El equipo de gobierno se hace un 'selfie' en uno de los nuevos autobuses presentados en junio pasado. FOTO: MANU GARCÍA.
El equipo de gobierno se hace un 'selfie' en uno de los nuevos autobuses presentados en junio pasado. FOTO: MANU GARCÍA.

Desconfíe de quien le diga “como no puede ser de otra manera”. Las cosas siempre pueden ser de otra manera. Desconfíe de quien claramente confunde la realidad con los deseos. Una cosa es el anhelo o la buena intención, y otra el autoengaño. Una cosa es lo ordinario y otra lo verdaderamente extraordinario. Que una ciudad de 215.000 habitantes, con más de 200 millones de euros de presupuesto, ‘estrene’ 150 contenedores de basura es algo que debería sentirse como ordinario —y por tanto irrelevante— y no como una venta política extraordinaria. Comunicar la obviedad puede llegar a ser tan contraproducente como no comunicar nada. Jerez lleva demasiado tiempo ya apostando por lo primero.

Que una ciudad que aspiró a convertirse en epicentro mundial del flamenco y de la arquitectura internacional gracias a un edificio emblemático infinitamente más barato que decenas de megalomanías construidas en España al calor del boom del ladrillo, se consuele ahora con reurbanizar una plaza y esperar a que llegue un proyecto que ya se prometió hace más de diez años, es un fracaso colectivo. O que una ciudad que en su día fue de las más avanzadas del país por la adopción de determinadas estrategias políticas a largo plazo —delegación de Igualdad, peatonalizaciones, presupuestos participativos, puesta en marcha de la Agenda 21...—, celebre ahora que contará con nueve autobuses no contaminantes en una flota repleta de chatarra que, o arde, o se cae a pedazos expulsando montañas de monóxido de carbono a la atmósfera.

Todo eso no puede ser más triste. Triste por el conformismo al que todos hemos llegado (entre todos la mataron y ella solo murió). Triste porque la crítica de estas acciones no contiene más argumento que el mero proyectil partidista contra el adversario político (¿quién plantea algo diferente? Diferente de verdad). Lamentable porque la pregunta de nuestros representantes públicos (cada vez con menos luces, cortas o largas) no es cómo será Jerez dentro de una década, sino cómo harán para mantener o llegar al poder en un año, sin más intención ni imaginación para que Jerez siga languideciendo presa de un falso deseo totalmente desajustado con la realidad. La realidad es que nada cambia. Porque no hay quien la haga cambiar. O como escribía Cernuda en La realidad y el deseo, “Tierra indolente. En vano resplandece el destino. Junto a las aguas quietas sueño y pienso que vivo”.

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