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Porque los principios no se compran, aunque las voluntades sigan siendo moneda de cambio

Decrépito, sesgado, descastado, enmudecido, somnoliento… macilento. La lista de adjetivos calificativos puede ser extensa pero, aún zamarreando el estado de nuestra profesión nominando hasta el infinito, seguimos perdidos en la nada mientras aún la sociedad nos ve erróneamente en el reflejo de la fama, el dinero o la exhibición social que sí ostentan unos pocos.

Abanderados de mil causas, la nuestra no tiene quien la mime. Cada vez que llega a mis oídos como hay quien intenta poner fin a la carrera de profesionales y compañeros de la prensa que se niegan a adormecer su voz y dejar de reivindicar la dignidad perdida del periodismo, incrementa mi repugnancia hacia aquellos advenedizos que poco o nada saben del sector y mucho de shares de audiencias, prime times y anglicismos numéricos absurdos.

Pocos de esos que se creen líderes de opinión y renuncian a la ética y a la responsabilidad social de los medios, han hecho horas en la calle en busca de un canutazo, pateado las calles buscando entre la gente la información que otros niegan. Esos (aún las mujeres tenemos que empoderarnos en los cargos directivos) que no saben de jornadas maratonianas de sol a sol por sueldos irrisorios, que han llamado a mil puertas y marcado mil teléfonos para contrastar esa información que el ciudadano te exige a gritos. Esos que sobrevaloran la actividad comercial y minusvaloran los valores universales del periodismo: la objetividad, la imparcialidad, el respeto a la verdad, el saber contrastar las fuentes y enfrentar las versiones sobre un hecho, respetar la presunción de inocencia y por su puesto saber rectificar las informaciones erróneas cuando se da el caso.

La ética y deontología periodística no se hizo pensando en ellos; en esos que se ríen de la formación y del academicismo de las teorías de la comunicación, que prefieren contratar en precario en lugar de valorar en su justa medida la veteranía de veteranos y veteranos que ya afilaban su pluma o su voz cuando era una profesión de riesgo y que, sin embargo, en otras latitudes son ampliamente respetados en reconocimiento a las batallas libradas y al alto grado de  su experiencia.

Porque la información y la comunicación constituyen actividades sociales y laborales en las que el periodista desempeña una labor de honestidad, verdad, responsabilidad y de compromiso ético cuya traducción monetaria sería imposible. Porque los principios no se compran, aunque las voluntades sigan siendo moneda de cambio.

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