Hoy hablaré de otro sentimiento de presión que tenemos las mujeres al quejarnos y explicar el machismo. Cuando le ponemos nombre al machismo que soportamos o visibilizamos la situación que viven otras mujeres nos topamos con una sensación muy desagradable de desacreditación. Nos encontramos con quienes parecen disfrutar siendo “abogados del diablo” creyéndose que se encuentran en una posición neutral e intelectual manejando toda la información, haciendo alarde de su poca empatía… en otras palabras, alarde de no tener ni pajolera idea, pero con ganas de corregirte.
A veces, sabemos quién y en qué momento va a saltar con la frasecita de que todos los hombres no son iguales, que las más machistas somos las mujeres, que algo habrá pasado para que el machista haya actuado así, que ella iba provocando o que ella dijo que sí y luego no, de que no todas somos víctimas todo el tiempo o de que exageramos, y un largo etc. Ya.
Solemos tener bastante cuidado en los discursos feministas para que esto no ocurra, por salud, pero el comienzo del debate puede estar asegurado si nos pillan en uno de esos días en los que el patriarcado nos ha tocado la vagina y no nos hemos puesto todos nuestros filtros de “cuidado, que el machismo se ofende”. Ponemos un cuidado artificial en nuestras expresiones explicando la situación y lo que pretende el feminismo, un cuidado tenso y que realmente no nos suele apetecer, y esa es la pedagogía del cuidaíto.
Nos están violentando, maltratando, violando, asesinando… por lo que en ocasiones la pasión por hacernos respetar y entender nos guía y no decimos la coletilla: pero el feminismo es la búsqueda de la equidad, no el odio a los hombres; todos no son unos asesinos; no son todos violadores; no acosan sexualmente todos; no todos ejercen el machismo en estas líneas descrito… Y creo que no hace falta decirlo, porque nuestro desahogo no era un ataque, pero la necesidad de coartar nuestras expresiones corrigiéndonos hasta en un sentimiento que profesamos, es también un ejercicio de control. Lo ideal sería empatizar con la situación y entender el agravio, pero claro, esa empatía implicaría ponerse en el lugar de las mujeres y entender la misoginia como algo que impregna la cultura, la política, la ciencia, la historia… todo, y de paso, entender que lo masculino se encuentra en una posición de privilegio y que si no se comparte y no se trabaja codo con codo, nos quedamos como estamos.
Hablo de la pedagogía del cuidaíto como la presión para que tengamos un exceso de mesura en la denuncia machista, haciendo que incluso la obviemos u olvidemos para evitar represalias y así no ver cómo justifican el machismo, o cómo le dan la vuelta porque crean que eres tú la que tienes que abrir los ojos cuando lo que hacen es realmente mirar a otro lado. Pedagogía del cuidaíto también cuando nos esforzamos mucho para que nos comprenda quien no quiere comprender el feminismo y cuya idea rígida está ya más que formada, digas lo que digas.
Hay gente llenita y rellenita de dignidad machista a la que para que le importe mínimamente la situación de las mujeres tiene que hacérsela llegar un compañero al que admire o considere, o la modernidad por sí misma. Tenemos cuidaíto para no ofender cuando somos nosotras las ofendidas. Y vuelvo a repetir que si alguien se dio por aludido, algo hay que cambiar entonces.


