La casa de la paz

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Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

Miniatura de las Cántigas de Santa María de Alfonso X (cant. 120).
Miniatura de las Cántigas de Santa María de Alfonso X (cant. 120).

“Pero Moisés sabía mejor que Aarón qué es lo que ocurría. Él sabía lo que en realidad adoraban los adoradores del becerro. Él sabía que Dios había decretado esto desde la eternidad: "Que nada sea adorado sino Él" (Cor. 17, 23) y que, si Dios decide una cosa, esa cosa tiene lugar. La reprimenda concernía, pues, a la realidad efectiva que Aarón desconocía en ese momento, pues el gnóstico es aquel que ve a Dios en toda cosa, o que ve que Él es la esencia de toda cosa".

Ibn Arabi, Los engarces de la sabiduría, cap. 24.

Cuando oigo la noticia de un nuevo atentado islámico me entristece pensar en las víctimas. Las que se han ido, sin duda, pero también las que se quedan. Porque cada nuevo episodio de violencia deja tras de sí un reguero de víctimas indirectas e inconexas, algunas de las cuales padecerán las consecuencias de por vida: me refiero a la comunidad musulmana en los países donde constituyen una minoría vulnerable a la islamofobia rampante. Una ojeriza ciega que difícilmente se olvidará en un fin de semana. Y cuando para la mayoría acabe la guerra (esta guerra, pues la hecatombe actual del mundo árabe no admite, de momento, la perspectiva de una tregua final) ellos seguirán librándola cada día. Los europeos contribuimos al terrorismo islámico (que no “radicalismo” o “fundamentalismo”, que presupone que su raíz o fundamento son ese) en dos frentes. El primero, tan citado, el de aquellos críos que se escapan de casa para enrolarse entre las bestias del Daesh. Un fenómeno marginal, pero significativamente homologable al de los jóvenes que antaño bebían de la fobia social a las pulseras de pinchos, las drogas y el pelo largo, y hoy han elegido rebelarse por el palo de la fobia general al Islam, más intensa de lo que lo fue la otra. Pero el verdadero peligro no está en esa pintoresca tribu urbana, sino en el trato que conferimos a eso que, desde principios de siglo, ya hemos empezado a ver como “bloque” islámico. Quien haya visitado algún país musulmán quizás se haya dado cuenta de que el Islam va adquiriendo los rasgos, hasta los más idiosincráticos, de una globalización alternativa, paralela a la que difundió los valores y técnicas occidentales aunque para nada ajena a ellos. Es un esfuerzo conjunto de reafirmación identitaria en la que colaboran tanto la intelligentsia parisina como los telepredicadores wahabíes. Tanto a unos como a otros les interesa que se produzca el predicho choque de civilizaciones, pero para ello hay que fundar antes la ilusión de unos principios comunes que oculten la diversidad tradicional de una fe que surca en horizontal el Viejo Mundo. Nosotros ya los hemos bautizado: despotismo, machismo, dogmatismo, medievalismo, y, el que hoy nos toca (y nos hunde), yihadismo. No nos bastaba con tener unos cuantos terroristas de verdad, sino que, mediante esta táctica, conseguimos alienar a más del 20% de la población mundial; de la cual, como en cualquier otra muchedumbre, los individuos proclives a matar a un ser humano son una fracción insignificante. Al tacharlos a todos por igual, sólo inducimos su radicalización. Si queremos que todos sean terroristas, todos lo acabarán siendo, pues el rechazo en bloque de nuestro hemisferio les está dejando como única salida nuestro cruel estereotipo. El talibán estará esperándolos con los brazos abiertos. Así funciona, a pequeña o a gran escala, el círculo del odio. Y siempre habrá quien le recrimine al marginado que no logra integrarse. El problema de fondo es que sabemos sorprendentemente poco de esas culturas milenarias que reducimos a un libro y sus lectores compulsivos. Si estamos muy lejos de una caracterización favorable es porque aún no hemos visto el rostro del enemigo. No admitimos cultura de procedencia islámica, y la poca que tenemos está tan exotizada que a lo que el Corán y la Biblia en árabe llaman indistintamente Dios nosotros lo llamamos “Al-lāh”. La existencia de un feminismo, pacifismo, secularismo, incluso un vegetarianismo islámicos nos suele chocar más que la falta que hacían esas mismas corrientes en la Europa de no hace tantas décadas. Y constatar que el retrato robot del musulmán promedio debería tener ojos rasgados o hablar en lengua urdu no contribuye a recordar cuándo fue que el subcontinente índico o el archipiélago malayo nos pusieron una bomba en el portal. Una paz sin perdón es sólo una tregua; un acuerdo sin entendimiento, la promesa de una discusión. Cualquier grado de acercamiento (selectivo, claro que sí) a la laberíntica medina de la tradición islámica va más lejos en la comprensión mutua que un cese el fuego. Hoy día, contar un chiste de Nasrudín en clase es más revolucionario que irse de miliciano a Siria o al Kurdistán. Más aún en un país cuya edad dorada de la ciencia y la filosofía, en una opinión extendida (a la que me sumo), tuvo lugar bajo la férula de la mal llamada civilización que hoy identificamos con el dogma y el oscurantismo. Todavía los intelectuales se saltan olímpicamente ese tramo de la historia nacional, al igual que conceptos de culturilla tan general como los cinco pilares o el hadiz. No porque aquí falten oportunidades (la obra del sevillano Vicente Haya es perfecta para descubrir un Islam contracultural a la par que respetuoso con la tradición) sino porque ninguno de los dos bandos en litigio quieren que se desvelen los puntos que pueden tener en común, que no son pocos. Entonces se les caerían sus prácticas aberrantes y nuestro miedo al apocalipsis. Entonces podríamos encaminarnos juntos en pos de la verdad, sin empujar a nadie hacia ella.

“A cada uno os hemos dado una norma y una vía. Dios, si hubiera querido, habría hecho de vosotros una sola comunidad, pero quería probaros en lo que os dio a cada uno. ¡Rivalizad en buenas obras! El objetivo de todos vosotros es Dios. Ya os informará Él de aquello en lo que discrepabais".

Corán, 5:48.

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