La de todos los veranos, diría yo. Y no, no es de Georgie Dann, ni de King África… es la de las miles de hectáreas que a estas horas siguen ardiendo en Galicia, como ya ardieron antes en La Línea y San Roque o en Baleares.
La de todos los veranos, diría yo. Y no, no es de Georgie Dann, ni de King África… es la de las miles de hectáreas que a estas horas siguen ardiendo en Galicia, como ya ardieron antes en La Línea y San Roque o en Baleares. Urge que las autoridades competentes (las incompetentes ya han demostrado su valía) se remanguen de una vez y aporten soluciones más allá de un ligero endurecimiento penal contra los pirómanos, o de una ley de monte que combata la especulación inmobiliaria en terreno deforestado, porque ha quedado sobradamente demostrado que son medidas insuficientes.
Como ciudadano y contribuyente, a mí no me sirve de nada saber qué o quién provocó un incendio. Está muy bien por eso de que “el que la hace, la paga”, pero con el pirómano en la cárcel, el monte sigue muerto y no volverá a resucitar hasta dentro de 15 o 20 años (tiempo durante el cual, por cierto, el criminal volverá a estar en la calle, quien sabe si volviendo a hacer de las suyas).
Que nuestra justicia es un completo desastre en muchos terrenos es algo de todos conocidos y, a priori, no es algo que podamos solucionar los ciudadanos de a pie en un futuro cercano, ni siquiera a medio plazo. Pero hay otro campo fundamental para la lucha contra los incendios forestales que no se está explotando: el de la prevención.
Una sola persona es capaz de provocar un desastre natural de proporciones gigantescas como la que está sucediendo en Madeira en estos momentos. Muchas veces no se puede evitar que un desalmado prenda fuego en el monte, cierto. Pero sí se le pueden poner palos a las ruedas de la propagación de las llamas. Sí se puede hacer más lento su caminar, porque el fuego necesita dos elementos para ello: viento y terreno. Contra el viento no podemos hacer nada… pero el terreno es “trabajable”. Desbrozar maleza, retirar residuos contaminantes o altamente combustibles… son tareas que hasta la fecha se han delegado en ayuntamientos que no tienen un puñetero duro en sus arcas, o que lo tienen pero prefieren gastarlo en las fiestas patronales de turno antes que en la prevención de un incendio. Mientras resulte más caro prevenir que curar, el monte seguirá ardiendo año tras año.
Quizá ha llegado el momento de invertir en patrullas forestales que vigilen 24 horas. La tecnología nos permite hoy día abarcar una cantidad de terreno hasta ahora impensable, con la utilización de cámaras, drones, incluso de barridos por satélite. ¿Por qué no apostar por ello? Aumentar los efectivos humanos de bomberos, y crear una verdadera Guardia Forestal que disponga de estos recursos técnicos y profesionales (algo que ya funciona en otros países y que goza de un respeto y reconocimiento social grandioso), es algo fundamental para evitar que un incendio se nos escape de las manos.
Pero para ello hace falta concienciación social y, sobre todo, compromiso político. Ya saben eso de “no dejen que los árboles les impida ver el bosque”. Y yo digo… ¿y cuando ya no quede ni bosque ni árboles? ¿Qué nos vamos a inventar para calmar nuestras conciencias o para justificar la incompetencia de algunos? Madeira arde, Galicia arde… y esto no se arregla echando un cubito de agua. Lo que hay que echar es dinero en programas de prevención y vigilancia e inversión en recursos técnicos y humanos.
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