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Hoy he vuelto a ver a Ibrahim. A pesar de que ya lleva dos años en España -tras alcanzar la costa andaluza a bordo de una patera- continúa con ese temple propio de los africanos: mirada fija pero limpia, hombros caídos y ese paso largo que consume tiempo pero apenas espacio.

Recuerdo el día que lo conocí. Andaba yo con un amigo y con mi torpeza, tratando de arreglar el pinchazo de mi bicicleta, cuando llegó él, con su timidez pero su ansia de conversación, para poner orden a aquel caos de cubiertas y llantas que no tenía solución.

Se acercó, pidió que le dejáramos hacer, se remangó la camisa de dos tallas más que le habían dado en el centro de acogida y empezó a reparar la bicicleta en silencio.

Que si estaba acostumbrado a ellas porque era el único modo que tenía de desplazarse en su país -nunca supe de dónde venía concretamente- y que siempre trataba de llevar hilo de coser. Sólo había que encontrar por donde se escapaba el aire y cortar la hemorragia dejando el agujero aislado con un nudo.

Lo observaba trabajar y veía reflejado a mi padre, con la edad de aquel muchacho del Estrecho, en esas historias de Paterna, de toros echados en las cunetas y de horas sobre una bicicleta para ir a ver a su novia -mi madre- para decirle las dos palabras consentidas y darle ese beso furtivo de despedida.

Hoy he vuelto a verlo. Su castellano ha mejorado aunque está más delgado. Ya ha tenido que dejar el centro. Tiene dieciocho años y debe empezar a buscarse la vida por su cuenta aunque me ha dicho que afortunadamente está quedándose en casa de un señor con otros chicos y... Bueno, sinceramente no llegué a entenderlo y tampoco quise preguntarle más. Creo que tengo la virtud de conocer las fronteras de cada persona y sé que siempre me quedaré con la duda de si tenía padres o hermanos, si había estudiado o si tenía sueños de ser algo o alguien.

Antes de despedirnos volvió a darme las gracias por la bicicleta. “De nada Ibrahim..,  las cosas son para quien las trabaja”. Me sonrió, se montó en la bici y se fue lentamente.., llevándose mis iniciales en el cuadro y un toro negro de Osborne que jamás debí pegar junto al manillar.

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