Un acto del PSOE en Jerez.
Un acto del PSOE en Jerez. JUAN CARLOS TORO

Desde hace años, uno escucha repetir, con la mayor convicción, que el PSOE no es un partido de izquierdas. Si eso es verdad, será que es derechas. Unidas Podemos, por tanto, comparte del gobierno de España con la derecha. Por tanto, Podemos también es de derechas. No pretendo decir que lo sea de verdad, solo que con un razonamiento se puede demostrar prácticamente cualquier cosa, sobre todo si las premisas son falsas. Lo peor es que, de esta forma, se pierde un margen de maniobra muy considerable. Si el PSOE es de derechas, la izquierda, la verdadera, se reduce a unos poco partidos y no pasa de una pequeña minoría. Una vez más, los progresistas, aunque hablen de unidad, practican las luchas intestinas.  Debería bastar el desastre que supuso, en los años treinta, confundir a la socialdemocracia con el socialfascismo. Así, mientras la izquierda se peleaba entre ella, Hitler subía al poder. Pero no importa: los mismos que predican la memoria histórica tienen, a veces, una memoria bastante selectiva. La culpa es siempre de los demás. 

Si la derecha ganó en Andalucía, una de las zonas más subdesarrolladas de España, solo se me ocurre una explicación posible, que la izquierda está en manos de una manga de inútiles. El día después de las elecciones autonómicas, las explicaciones que se dieron en las redes sociales movían, sobre todo, al llanto. Nadie había entendido nada. Nadie estaba dispuesto a rectificar nada.

Una buena política consiste en unir a los tuyos y desunir a los contrarios. Parece, más de una vez, que lo que se propone la izquierda es lo contrario. Una importante figura mediática llegó a decir que, en España, la derecha civilizada no existe porque todo es el mismo pozo de oscuridad y corrupción. Eso resulta muy bonito para quedar bien ante tus seguidores, pero, en la vida real, en la política práctica, ¿no sería más acertado intentar sembrar la discordia entre el ala moderada del PP y Vox?

El concepto de alienación sigue haciendo estragos. Si la gente no nos vota, es porque permanece engañada. Nadie se plantea que los electores, con su propio criterio y en función de sus intereses específicos, puedan preferir una opción que no sea la nuestra. Tampoco nadie se cuestiona que nuestro mensaje sea inadecuado por centrarse en temas que importan poco a las grandes mayorías. En demasiadas ocasiones, lo que vemos son debates absurdos, como el que aborda el empleo del sufijo neutro -ellos, ellas y elles-, o el imprudente intento de decir a la ciudadanía si debe comer más o menos carne. Una muestra más esto último, una más, de arrogancia y puritanismo. No niego que el abuso de carne roja, como todos los excesos, sea perjudicial para la salud, pero… ¿Por qué una campaña al respecto y no otra sobre el consumo excesivo de alcohol? La respuesta es fácil: si proponemos menos alcohol, quedamos como unos carcas. Si proponemos menos carne, vamos de ecologistas preocupados por el cambio climático, de gente progresista y a la última. Postureo, en suma. 

Después solo falta decir que los que comen tanta carne es porque defienden una idea sexista y patriarcal de la masculinidad. Insultamos a la gente y después nos rasgamos las vestiduras cuando, oh, sorpresa, no vota lo que a nosotros nos gustaría. Entonces pensamos que eso confirma nuestras ideas, en lugar de aceptar, con un poco de sensatez, que el desvío del electorado nos alerta de que no vamos por buen camino.   

¿Qué decir de la doble moral? En cierta ocasión, las redes sociales elogiaron a una famosa presentadora porque, en contra de sus intereses económicos, votaba a la izquierda. Lo hacía por principios y eso demostraba su estatura moral, algo que el autor de estas líneas no pretende discutir. Su actitud se contraponía a la de esos obreros que, incomprensiblemente, votan a la derecha. Pero… ¿Acaso un trabajador no puede tener también principios? ¿Solo ha de votar pensando en su economía? El caso es que apelamos al voto de los humildes y después decimos que son tontos si prefieren a otro cualquiera. Nos quejamos, en definitiva, de que no escogen a sus representantes con la cabeza. Eso es lo mismo que hace Mario Vargas Llosa cuando denuncia que, a su parecer, en América Latina se vota mal. ¿La izquierda coincidiendo con el Nobel peruano? Cosas veredes, amigo Sancho.

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