Hijos de nuestro tiempo

Yo soy yo y mi circunstancia, que diría Ortega. Cambian las circunstancias. Todo muta

José Bejarano

Periodistas Solidarios

José Ortega y Gasset.
José Ortega y Gasset.

Las cosas, las personas y los hechos tienen un tiempo y un espacio propio, aunque con frecuencia tendemos a atribuirles un tiempo y un espacio “ajeno”. El comportamiento de una persona, por ejemplo, es comprensible dentro de su tiempo y de su espacio. Somos hijos de nuestro pueblo y de nuestro tiempo. Sólo así se entiende el proceder humano en determinadas circunstancias históricas, como las matanzas de los indios americanos, la violencia contra las mujeres, la deforestación del planeta, la fiesta taurina o el rechazo de la homosexualidad.

Que las acciones humanas se entiendan únicamente en su tiempo y en su espacio no quiere decir, en modo alguno, que sirvan de excusa para justificarlas y mucho menos para defender su pervivencia. Es común que algunos caigan en el error de condenar a quienes cometieron atrocidades en el pasado, sin tener en cuenta su circunstancia, y otros las justifiquen precisamente escudándose en la circunstancia. La alta consanguinidad de borbones como Felipe V y Fernando VI, propia de su tiempo, explica que fuesen idiotas, pero no puede servir para justificar el desastre de sus reinados.

Yo soy yo y mi circunstancia, que diría Ortega. Cambian las circunstancias. Todo muta. Varía el tiempo -cada día más deprisa- cambian los lugares, las relaciones, las opiniones, las afinidades, las amistades, las necesidades y hasta los sentimientos. Mañana no seremos el de hoy, como hoy no somos el que fuimos ayer. Cada diez años renovamos por completo el esqueleto óseo que nos mantiene erguidos. En algunos individuos incluso habría que invertir los términos para decir que son sus circunstancias y ellos. Tanto pesan los condicionantes externos, las coyunturas mutables, los gusto y las modas.

En vez de justificarla, la circunstancia del momento y del lugar debe servir para entenderla y superarla. Conocernos para cambiarnos. La afición por el boxeo, que arrasaba en la sociedad española de los años 50, cayó en el olvido sin que nadie la recuerde. La educación a guantazos se esfumó de las aulas. La exclusión de las personas con capacidades o con sensibilidades diferentes va rumbo al olvido. Los toros siguen el mismo camino. ¿Significa esto que debemos condenar a quienes amaban el boxeo, educaban a bofetadas, excluían al diferente o defendían el sacrificio taurino? Lo condenable son los comportamientos humanos inadmisibles a la luz de los nuevos tiempos.

El yo y la circunstancia de Ortega pueden expresarse también diciendo que somos hijos de nuestro tiempo. Tan importantes son para nosotros el espacio y el tiempo que les atribuimos el carácter fundacional, la paternidad de nuestros actos. Somos hijos de nuestro pueblo y de nuestro siglo. Ellos nos dan forma y le hablarán de nosotros a las generaciones futuras. Nos explican, aunque no justifican nuestros actos ante quienes nos juzguen desde la atalaya de otro tiempo o de otro lugar. Como no justificamos los actos de quienes nos precedieron. Por eso nuestro comportamiento será el que se espera de nosotros según nuestro lugar y nuestro tiempo.

Somos hijos de nuestro tiempo. Hijos de la conciencia ecológica, de la igualdad de género, del derecho a la diversidad sexual, a la emigración, a una vivienda digna, a la salud y a la educación, a un trabajo justamente remunerado… El tiempo y el espacio son la arcilla que nos da forma, pero hay quienes nacen hacia atrás y quienes miran hacia delante. Hijos adelantados a su tiempo e hijos tardíos, como de la misma arcilla salen vasijas perfectas y deformes.

Todos conocemos a viejos jóvenes y a jóvenes viejos. Negacionistas del cambio climático, defensores del sometimiento de la mujer, del uso de la fuerza y del imperio de la sinrazón, de la violencia de la tribu, de la exclusión del otro y del rechazo del que no sigue a la manada. Hijos anclados a la nostalgia. Retardatarios. Gente en lucha permanente contra su propio tiempo y su espacio. Desubicados. Negados a la realidad. A deshora. De prestado aquí. Viviendo ajenos al tiempo y al lugar que les alumbra. Vasijas sin utilidad alguna.

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