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Los hombres grises han vuelto, ya están aquí otra vez en Jerez los hombres de gris: suprimen plantas y camas en el hospital, consideran no urgente equipar Radioterapia.

Esos hombres grises, esos hombres de gris. Han vuelto. O quizás nunca se fueron, o los creíamos apaciguados y diluidos en el marasmo en el que todos chapoteamos. Pero no, seguían ahí, fortaleciéndose, parapetados tras nuestra indecisión, canibalizando nuestros miedos, alimentándose del desconcierto, medrando en la oscuridad. Y ahora retornan, robustecidos otra vez. Desde sus despachos grises, con gabanes grises, reglamentos grises, motos grises, perfiles grises, grises órdenes, cerebros de gris. Desde sus púlpitos grises pontifican y su sermón... es gris. La eterna cantinela de siempre: "todos estamos en el mismo barco", "a mí me duele más que a vosotros", "también yo hago un gran sacrificio"... Y entonces, cuando les escuchas, cuando cometes el error de creer sus historias contadas con lengua de serpiente, cuando menos te lo esperas, pasan a la acción. Los hombres de gris te desahucian de tu casa por una deuda minúscula; te cortan la luz si les debes algún recibo; te quitan la paga extra mientras te perdonan la vida; te amenazan con un ERE para observarte y ejecutarlo si reaccionas con miedo; te despiden sin causa y te mandan al eterno pozo de la gran misería, a cambio de una ridícula misería; los hombres de gris te multan si buscas comida en el cubo verde de sus basuras.

De gris son sus excusas, grises sus justificaciones. Habitan en despachos anchos, que pagamos entre tú y yo; sus nóminas son gruesas, tanto como evanescentes son sus escrúpulos. Ellos apelan siempre a la obediencia debida y a causas de fuerza mayor, a la pérdida de beneficio, al aumento del gasto, a la disminución de ingresos, al bien común, a causar un mal menor por evitar uno mayor. Les encanta alternar con picapleitos y esgrimir cual flamígera Tizona los informes contables que justifican la guerra santa que dirigen desde la sombra contra lo que ellos y sus robustos asesores de anchas espaldas llaman excesos. Porque ellos ven como un exceso el riego en el parque de tu barrio trabajador, tantas luminarias alumbrando tu acera obrera, tus médicos, tus calles asfaltadas, tus colegios, tus institutos, tus becas, tus autobuses, tu universidad, tu pensión, tu subsidio. Y ven como un exceso que cuestiones su sagrada encomienda, su sacrosanto deber, el encargo para el que han sido allí destinados, poner orden y concierto, la "obligatoria" desbroza, el suprimir servicios públicos no rentables aunque sean tan esenciales como el aire, el agua, la luz..., ajustar y ajustar y ajustar, palabreja supuestamente eufónica que sin embargo no logra ocultar tras ella la maldad de la injusticia, la perversidad del recorte y el cinismo gris del hombre gris que lo ejecuta con la fría precisión gris del experto matarife que es generosamente recompensado cuando presenta a aquellos a quienes sirve los cofres con las cabezas cortadas de sus víctimas.

Los hombres grises han vuelto, ya están aquí otra vez en Jerez los hombres de gris: suprimen plantas y camas en el hospital, consideran no urgente equipar Radioterapia, provocan huelgan en las bodegas forzando condiciones inasumibles, atemorizan con un futuro incierto o una debacle segura a las plantillas de las concesionarias, prolongan el eterno olvido de la urbe al mundo rural, impiden con sus ausencias que los plenos se celebren para no anular acuerdos cuya promesa de revocación aupó a sus jefes al comodo refugio del gris butacón... Han vuelto los hombres de gris. Y las mujeres grises. Veremos otra vez a la ciudad echarse a la calle para luchar contra el futuro gris y para hacer que los hombres de gris vuelvan a guarecerse en sus oscuras madrigueras.

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