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"Al igual que en la obra de Cervantes, nuestros golfos mantienen un fuerte espíritu religioso, no roban en misa y van a los funerales de difuntos, aunque no tienen escrúpulos para defalcar los ahorros de pobres ancianos"

Independientemente de la acepción geográfica, me referiré en este particular diccionario al adjetivo que permite calificar a la persona como impúdica y carente de moral: deshonesto, pillo, sinvergüenza, holgazán. Richard Lester nos deleitó en su momento con esa comedia musical de título Golfus de Roma, pero no hace falta cruzar las fronteras, en España la tradición de los golfos está arraigada en lo más profundo y rancio de sus tradiciones, basta recordar la Sevilla de Rinconete y Cortadillo. Y en mucho no hemos cambiado a pesar de los siglos.

El nivel de corrupción confirma el listado de chorizos deshonestos que pululan por la sociedad, siendo las alturas de esta, las más pobladas de estos particulares golfos y golfas. Al igual que en la obra de Cervantes, nuestros golfos mantienen un fuerte espíritu religioso, no roban en misa y van a los funerales de difuntos, aunque no tienen escrúpulos para defalcar los ahorros de pobres ancianos, liquidar nuestras pensiones, o expulsar a nuestros jóvenes de España en su particular exilio laboral, golfos que, como los pícaros del siglo XVII, roban por doquier y se reparten en sobres sus capturas cual cofradías del hampa.

El siglo XXI está lleno de golfos y resultan muy dañinos aquellos de la “prensa libre” que se dedican a contarnos su particular realidad para que seamos presas fáciles de los jefes golfos.  Y si hay golfos listos, también existen los golfos tontos, los que los votan y los que permiten que seamos un país gobernado por ellos: los golfos.

 

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