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Si no la has visto nunca, seguro que habrás oído hablar o leído sobre ella.

Si no la has visto nunca, seguro que habrás oído hablar o leído sobre ella. Cuanto menos, sabes que existe y más o menos de qué va. Es uno de los mayores fenómenos televisivos de la década, por la naturalización del sexo y del desnudo (un desnudo real, no idealizado ni regido por cánones estéticos), por el retrato descarnado de los millennials, porque muestra el feminismo lleno de contradicciones en el que nos hayamos inmersos, porque ha convertido en icono lo real. Hablo de Girls, la serie que con su última temporada está batiendo récords, alcanzando, en cada episodio, calidad casi cinematográfica y dejándonos poco a poco huérfanos de espejo.

Cuando empezó a hacerse conocida vi los dos o tres primeros capítulos y no quedé muy convencida. Les hablé a mis amigas de ella, comenzaron a verla y les pasó lo mismo. Pero, por alguna razón, no la abandonamos. Seguimos viéndola episodio tras episodio. Quizá lo que no nos convencía en aquel momento era que nos veíamos demasiado identificadas con las historias de aquellas cuatro chicas convirtiéndose, a base de fracasos, éxitos y errores, laboriosamente, en mujeres. Quizá nuestras historias no eran las suyas, pero nuestros sentimientos e ideas sí se parecían bastante. Tal vez eso nos asustaba.

En eso creo que se basa el gran éxito de la serie creada y protagonizada por la todopoderosa Lena Dunham. Estamos acostumbrados a ver producciones que se parecen poco o nada a nuestras vidas. Algunas han hecho el intento, y no estaban mal, pero siempre sus protagonistas eran demasiado ideales, sus ciudades demasiado limpias, sus relaciones demasiado artificiales. Dunham ha llevado la vida a la pequeña pantalla, con sus situaciones ridículas, sus relaciones tóxicas, sus padres y madres fracasados, sus escritores frustrados, sus artistas patéticos. Y lo ha hecho con unos actores normales, guapos, feos, altos, bajos, gordos, delgados...

No digo que Girls sea perfecta. En absoluto. Como me decía hace poco una amiga, Lena Dunham bebe del feminismo conservador de Hillary Clinton; de ahí que aunque sus personajes sean feministas y aparezcan como intelectuales y progresistas, haya temas en los que pecan de mojigatería. El de Girls es un feminismo blanco, de clase media-alta, intelectual, de chica universitaria; la Norteamérica media. En ella falta feminismo interracial, temas más sociales...

Sin embargo, también hay que ver que Girls trata precisamente de eso, del millenial del Primer Mundo, de sus problemas estúpidos, pero que son nuestros problemas: la búsqueda de trabajo, los problemas en las relaciones, los conflictos familiares, las crisis de los veintitantos. Y Dunham lo retrata tan bien que da miedo. Hagamos una prueba: si eres seguidor de la serie, ¿te has sentido incómodo viendo alguna escena, algún episodio, algún personaje en concreto? Sintiéndolo mucho, eso es que te ves a ti mismo en escena. A todos nos ha pasado; es el gran atractivo de Girls.

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