Ya ha llovido desde que me enfundaba un bañador, el más parecido que tuviera a unas calzonas de fútbol, para empezar a hacer la pretemporada con el equipo de mi barrio, la UFRA (Unión de Feos y Raros Andaluces). Recuerdo que me ponía nervioso y aunque no se me daba mal darle al balón, siempre comentábamos si el entrenador, el padre de algún amigo, sin mucha preparación pero con mucha ilusión, iba a contar ese año conmigo, entre tantos chiquillos que deseaban pasar el corte para ser seleccionados en el equipo de mi plazoleta.

Recuerdo a mi padre venir del centro, de Calzados Valero en la calle Corredera, con dos cajas, una para mí y otra para mi hermano con esas míticas botas, las Marco. Él me decía con cariño, o quizás porque no podía comprarme esas Adidas copa mundial que tanto ansiaba pero que no entraban en el presupuesto: “Éstas, las Marco, son las mejores para campos de tierra y yo le untaré grasa de caballo cuando las vea regular”. Yo miraba a mi padre absorto como si de Luis Aragonés se tratase y una palabra o una mirada suya dándome alguna indicación sobre fútbol me hacía creerme Butragueño. Pasado el corte empezaba la Liga y nos esperaban equipos locales como el Mundo Nuevo, La Liberación, el Industrial, Los Naranjos, el todopoderoso Xerez CD y el Flamenco, entre otros. Todas las barriadas de Jerez inmersas en la ilusión de que sus niños llegaran a ser futbolistas, sin muchos medios pero con muchas ganas.

Esta semana toca ir a El Cuervo. ¡Qué lejos! En un Renault 12 familiar que hoy no pasaría la ITV entrábamos seis niños, el conductor y el copiloto, por esa peligrosa carretera. Con el altruismo de ese padre que perdía su domingo para llevarnos como sardinas en lata a todos. Recuerdo una vez que la Guardia Civil nos paró y al ver lo que éramos y a donde íbamos, hizo la vista gorda. No sé si esto está bien o mal pero nos dio paso. Todo eran ilusiones cuando en la tabla nos poníamos en cabeza y podíamos tratar de tú a tú a nuestro enemigo, el Pueblo Nuevo, donde otros muchos niños del barrio también soñaron con ser famosos y llegar al olimpo de los elegidos. Algunos lo lograron, como Kiko o Raúl López. El campo de arena, el viejo, con esos vestuarios que olían a Reflex y Zotal. Esas duchas de agua congelada y esos equipajes donados por algún padre que tenía una empresita que funcionaba y nos daba cuartelillo. Ganar era algo fabuloso y el premio no podía ser mejor, varias caseras de naranja a repartir entre todos de la confitería de Vicente, que muchas veces las regalaba.

Un año llegamos a ganar las provinciales en la categoría de benjamínes y todavía recuerdo la alineación al dedillo y sobre todo, lo que son las cosas, un cabezazo que no culminé en Dos Hermanas, tras un saque de esquina de Mara. Os juro, y tengo 38 años años, que en la cama, antes de dormir, hay días que todavía hago el gesto de querer dar a la pelota para meter ese gol. En una especie de trauma reconfortante que mantiene vivo aquello que fue tan hermoso.

Por favor, cuiden el fútbol base y a los que hacen de él casi su vida. Doten con materiales sobre todo a las barriadas más desprotegidas. De sobra es sabido que el Ayuntamiento está en ruinas pero si yo de niño hubiese tenido las instalaciones que hoy hay en La Granja, hubiese llegado al éxtasis. No olviden a los niños y niñas que quieren ser futbolistas, porque en un equipo de fútbol se aprenden valores, disciplina y sobre todo a amar el colectivo. A defenderlo con uñas y dientes. Mi más sentido recuerdo va para aquellos que sin dinero y desde las peñas recreativas fundaban equipos para sacar a los niños de la calle y de vicios que no aportan nada.

¿Había algo mejor qué esa entrega de trofeos en la verbena de septiembre? ¿Hay una sensación mejor que besar el escudo del equipo de tu plazoleta? Esa sí que es una patria infinita, para toda la vida. Los niños y sus sueños.

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