Llueve, se empapa el suelo, el agua corre por arroyos y ríos hasta llenar la marisma, una planicie extrema en todas sus dimensiones.
Días cortos, fuertes vientos, frío y agua según periodos hacen el invierno. La eclosión de vida se produce en primavera. Las altas temperaturas desecan a un ritmo de 1 mm al día, agrietando en primera instancia la tierra de las elevadas vetas en primera instancia y del fondo de lucios a finales de agosto, el duro verano rodeado de mosquitos ávidos de aves acuáticas, y de humanos en su sustitución.
Los ciclos hidrológicos de nuestra tierra han llenado la marisma de diciembre a mayo, con múltiples frentes de borrascas, amortiguando el clima aledaño, tal como defiende la Organización de las Naciones Unidas.
La solarización, tan utilizada en la actualidad en la agricultura de invernaderos y arenados, lleva siglos naturalmente actuando frente a cianobacterias e incluso botulismo, causante de mortandades masiva de aves acuáticas, en el más representativo terreno inundado por agua dulce a nivel mundial.
Agua, sol y tierra, con su biodiversidad y gentes, han conformado un territorio inhóspito en Europa, icono de singularidad. La alteración de alguno de sus pilares, pone en peligro su existencia, sin olvidar que la marisma de Doñana es de secano, porque no necesita de aportes hídricos, de bombeos de ríos, canales o de extracciones de acuíferos, por decisiones humanas. Solo el agua de lluvia y las escorrentías naturales obran el milagro del sur, siendo un terreno inundable de secano.



