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La comunicación personal a través de redes sociales es mentira.

Es imposible una comunicación personal a través de Facebook, WhatsApp… y estos canales diabólicos. Porque sencillamente falta el aspecto no-verbal, es decir, la mirada, el gesto, la situación, la presencia del otro… a pesar de todos los emoticonos del mundo. Por eso las meteduras de pata pueden ser espectaculares y cualquier intento de explicación empeora el malentendido: la propuesta más amable, la ironía más inocente se puede convertir en un mensaje fuera de tono sin vuelta atrás…sin arreglo posible. Bueno, es el mayor riesgo en este terreno pantanoso. Es inútil querer arreglarlo. Cada paso, cada disculpa…empeora la situación. Porque, en ocasiones, suele ser peor el remedio que la enfermedad. Y un malentendido es la mejor e inevitable antesala del siguiente.

En realidad sabemos que la “comunicación personal” a través de las llamadas redes sociales es mentira. Mejor dicho, es pura apariencia, puro envoltorio de lo que sería una comunicación personal de verdad. Es “como si” fuese una auténtica comunicación pero no lo es, entre otras cosas porque le falta la metacomunicación; es decir, los contenidos no verbales a los que antes aludíamos y que son tan importantes en el contacto cara a cara: la cercanía física, una postura, un gesto, una mirada que rehúye o no  el contacto directo… los cuales son imprescindibles para definir el mensaje en según qué contexto. Y que, en muchas ocasiones, cambian radicalmente el contenido. Bastaría un guiño, un gesto de la mano, arquear las cejas… para que significara justo lo contrario.

Esto no significa que el WhatsApp, el Facebook… etcétera no sirvan para nada. Tienen su utilidad para una comunicación más “neutra”, más “informativa”, más “objetiva”… y, por ello, más telegráfica y menos personal. Con los menos elementos emocionales posibles. Para que no resulte un mensaje que pueda ser interpretado -con cierta razón- como “fuera de tono”; es decir, fuera de contexto.

Ejemplo de utilidad:

            (emisor) -La entrevista será a las doce.

            (receptor) -¿En la biblioteca?

            (emisor) -No, en la sala de reuniones.

            (receptor) -Perfecto. Allí nos vemos.

Ejemplo  de inutilidad:

            (emisor) -Tampoco me importa que no me invites, no te lo tendré en cuenta…

            (receptor) -…………………….

            (emisor) -Bueno, criatura, quiero decir que si no me has llamado he supuesto que no querías o te habías olvidado o quizás no has podido o es que en realidad no has querido…no, no has querido, verdad?

            (receptor) -¿Cria…qué?

            (emisor) -Déjalo, ya me suicido yo solo…

            (receptor) -…………………………….

Sé que los adoradores de las nuevas tecnologías pretenderán contradecir esta opinión y hacer una defensa de su utilidad y entrar en controversia. Pero conmigo pierden el tiempo. No me interesa discutir en general y de las nuevas tecnologías muchísimo menos.

Excuso decirles a ustedes si se trata de opiniones políticas o religiosas el peligro que corremos. Porque estos canales de comunicación tienen sus propias reglas y requieren rapidez, casi inmediatez, emotividad, superficialidad, seguridad… justo lo contrario que exige una opinión argumentada, pensada y razonada, con riqueza en matices y con cierta complejidad que necesita un tiempo y un espacio para ser contrastada. Por eso, a veces, despachamos opiniones contrarias utilizando expresiones, tipo Facebook: y un mojón pa ti. O enviando un recadito extraído de la web putascabraslocasdeatar puntocom, parecido a: Cree el cabrón que todos son de su condición, como te coja te vas a enterar y el que avisa no es traidor porque yo adoro a todos los seres vivos, menos a los seres gilipollas porque lo mío es el amor universal.

Pero esto tiene poco que ver con la comunicación personal eficaz. O tal vez, no. Depende lo que entendamos por comunicación personal.

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