La UME realiza una desinfección en un puerto. FOTO: Umegob
La UME realiza una desinfección en un puerto. FOTO: Umegob

En mi anterior artículo sobre el coronavirus hablaba sobre cuál debía ser nuestra estrategia a largo y miedo plazo con los virus: cooperar. Pero ahora y producto de nuestra escasa cooperación en los últimos tiempos tenemos encima a uno, COVID-19, que ha roto la cadena cooperativa y debemos actuar atenuándolo hasta el límite que se convierta en inocuo para nuestra especie. En estos momentos en que el bicho nos come, no es momento de:

Buscar culpables.

Las caceroladas sobran, sean contra el rey o contra Sánchez, ahora las manos deben estar ocupadas en el jabón y el aplauso.

Detenernos en quejas y lamentaciones.

Difundir la última locura conspiranoide que se le ocurre al troll de turno.

Sembrar la duda de que estamos en las mejores manos, entre otras razones porque lo estamos y porque no podemos cambiar de manos en medio del salto.

Ser egoístas.

Ser nacionalista.

¿A quién en su sano juicio se le ocurriría la idea de preguntar por el pirómano en medio de un edificio en llamas? Cuando todo esto pase habrá tiempo para las críticas, las reflexiones y el análisis reflexivo, sosegado y riguroso. Será un mundo nuevo y habrá que emplear toda nuestra inteligencia colectiva, que es mucha, para que sea mucho mejor y esto haya sido sólo un serio, y dolorosísimo, aviso. Se equivoca la izquierda si cree que respondiendo al cainismo de la derecha con más cainismo de izquierda, se combate al virus del odio y al “bicho que nos come”: “Si tú te metes con Iglesias, yo te recuerdo al Borbón y a Rajoy”. Por eso la cacerolada del otro día contra el Borbón fue un error que le dio pie a la derecha a montar sus particulares aquelarres. El ecologismo ve cómo hoy se confirman la viejas tesis sobre la dimensión de especie de los grandes retos contemporáneos, como el cambio climático o esta pandemia, que los hace más visibles y sensibles que nunca.

Por el contrario si es el momento de seguir coordinándonos en la acción con las dos únicas instancias que nos pueden coordinar eficientemente: El Estado democrático, la tecnología social más potente que ha inventado especie alguna, ahora esto se ve mucho más claro frente a tantos mitos e infundios neoliberales, y la Ciencia, la ortopedia cognitiva más fabulosa que especie alguna haya desarrollado; en oposición a tanto irracionalismo de mercado, ya sea religioso o espiritualista a lo new age. Y por encima de todo, la Solidaridad, que nadie se quede atrás. El Estado (lo común, lo público), la Ciencia (el conocimiento) y la Solidaridad (la cooperación) es lo que nos ha hecho humanos para mal y para bien. “Donde está el peligro está la salvación” decía el poeta romántico alemán Hölderlin, pues eso busquémoslo ahí. Esta es la única fórmula que nos queda y no es poco. La alternativa hoy no son las cacerolas sino los jabones, los aplausos, las escobas, el microscopio.

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