En la muerte, la inmortalidad

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

Seguramente en los finales está la renovación, ¿no es eso cierto? Solamente es en la muerte que las cosas pueden volver a renacer y a manifestarse nuevamente. Esta máxima, no es algo que reconforte a muchos, pero el hecho es que lo que continúa, lo que se perpetúa, no tiene renacimiento, no tiene renovación, no tiene futuro. Por lo tanto, es en la muerte de cada día que existe esa regeneración y ese renacimiento. Eso es inmortalidad. En la muerte hay inmortalidad, no la muerte de la que se tiene miedo, sino la muerte de conclusiones previas y obsoletas, de memorias, experiencias, en las que cada uno se identifica o se identificaba con su propio “yo”.

Es en la muerte del propio “yo” en la que se puede llegar a percibir a cada minuto que existe realmente la eternidad, que existe la inmortalidad y existe algo que merece ser experimentado y que solo se puede descubrir a través de la experiencia. Algo de lo que no se puede especular ni predicar. Cuando uno ya no tiene ningún miedo, porque se ha llegado al punto en el que se sabe y se reconoce que en cada segundo existe la muerte y, por lo tanto, renacimiento, entonces es cuando llegamos a abrirnos ante lo desconocido, porque es en lo desconocido que se encuentra la realidad. La realidad está en la muerte, en esa muerte.

Pero llamar bella a la muerte, decir lo maravillosa que es porque nos hace continuar en el más allá y todos estos sinsentidos, no es real. Lo que sí es real es ver a la muerte así como es, sencilla y llanamente como un mero y simple final; un final en el que existe renovación, renacimiento, y no una continuidad. Porque lo que sigue, lo que continúa y lo que intenta perpetuarse aferrándose a lo imposible, simplemente se desintegra; y el que tiene el poder de renovarse a sí mismo es simplemente eterno.

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