Elecciones de andar por casa

Pensemos antes que en siglas, bulos o prejuicios quiénes apuestan realmente por que la ciudad, el pueblo que habitamos sea ese lugar apreciado, grato y acogedor que pertenece a nuestra vida cotidiana

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Escritora y analista social.

Una mujer votando, durante unas pasadas elecciones.
Una mujer votando, durante unas pasadas elecciones. MANU GARCÍA

Porque una ciudad, un pueblo es, o debería ser, como nuestra casa, ese lugar cotidiano que habitamos cada día a cada paso. Sin embargo, la ciudad donde vivo se está volviendo inhabitable por la turistificación, a ver quién le pone el cascabel al buitre —gato hace tiempo que dejó de ser—. Unas zonas inundadas de pisos turísticos, de precios de la vivienda por las nubes, otras zonas más modestas comienzan a seguir esa estela, y encontrar una vivienda asequible —y en buen estado también—, ya sea en propiedad o alquiler es un asunto digno de encomienda a san Pancracio, cuyo nombre literalmente es “el que lo sostiene todo” y a eso es a lo que aspiramos, a una ciudad sostenible y que no nos expulse. Lo de llevarle perejil a san Pancracio lo dejamos, que el manojo ya ronda el euro.

Hoy he leído que los barrios Polígono Sur, Los Pajaritos y Amate siguen a la cabeza, un año más, del listado de barrios más pobres de España —varios alcaldes han gozado de este privilegio—. Sevilla puede presumir de esto al igual que de reunir a la “excelencia” de la robótica europea o ser sede de la Agencia Espacial Española. Sería cuestión de presumir menos y de repartir de forma más adecuada los presupuestos para ocuparse de los barrios que más lo necesitan y dejar de lavar tanto la cara a las zonas turísticas, que se van a desgastar. Colgaría el cartel: “Se necesita persona al frente de la Alcaldía, que no desee convertir la ciudad en una mercadería”.

Ayer hablaba con una amiga de lo que haremos el domingo. Ella votará a una candidatura encabezada por una mujer a la que conoce. Pero no de la política —me aclara—, tuve en clase a uno de sus hijos y era una mujer muy competente. Es la primera vez que votaré a alguien que conozco, añade. Yo le comento que a mí me ocurre lo mismo, por una vez votaré una candidatura donde está como número dos una mujer a quien conocí hace años en un curso y la recuerdo como una persona clara, honesta y compañera solidaria, además ha currado tantos años de trabajadora social que conoce muuucho las necesidades de los barrios y sus habitantes. Coaliciones y partidos pequeños, de izquierdas, andalucistas —todos cabemos—, son imprescindibles en los ayuntamientos para que mediante propuestas plausibles recuerden al que gobierne que todos los barrios de la ciudad merecen atención.

Un amigo me comenta que le ha tocado la lotería de las encuestas. Me han llamado de cuatro sitios diferentes, dos de los más sonados. En cada uno me sueltan lo mismo: “Su teléfono ha sido obtenido de forma aleatoria”. Pues vaya coincidencia que en dos meses haya salido mi número cuatro veces del bombo. ¡¿Y las preguntas?! Me piden que clasifique la gestión de este alcalde entre muy buena, buena, mala o muy mala, ¿y regular?, ¿mediocre?, ¿es que no hay? Yo se lo anoto, me responden. ¡Vaya tela, y después se habla de la polarización de la sociedad! El colmo es cuando me preguntan con qué seguridad iré a votar y me dan a elegir de 1 a 10, algo así como: seguro, seguro si no me parto un pie, casi seguro, me parece que sí, es muy probable, psss, ... Y después dicen que las encuestas fallan... Pero, vamos, yo me apunté al 10.

Al igual que él me apunto a ese 10, porque en contraposición a una persona que vi en TikTok rompiendo su tarjeta del censo electoral como expresión de descontento y desconfianza —todos los grandes partidos vais a una, decía, al parecer desconoce que unos cuantos más se presentan— resuenan en mí las palabras de mis alumnas neolectoras: “Pues claro que voy a votar, con el trabajito que nos costó que se pudiera votar”. Y hablan con conocimiento de causa, pues nacieron en los años 30 y 40 del pasado siglo y crecieron en esa época de dictadura militar en que las únicas papeletas eran las de las rifas y las urnas solo recipientes que contenían brazos incorruptos de santas y santos.

Así que en estas elecciones de andar por casa, aunque sea en babuchas o chanclas —ojalá sea con botas de agua—, pensemos antes que en siglas, bulos o prejuicios quiénes apuestan realmente por que la ciudad, el pueblo que habitamos sea ese lugar apreciado, grato y acogedor que pertenece a nuestra vida cotidiana y no un gran mercado vendible al mejor postor, en el que lo no vendible, lo que no es rentable se arrincona y se deja abandonado a su suerte.

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