evdp_036_arboricida
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La palabra arboricida se emplea para designar a cualquier herbicida destinado a matar árboles y arbustos. También llamamos arboricida a la persona que corta árboles sin motivo. Aunque parezca un neologismo, no lo es. El testimonio escrito más antiguo del empleo de esta palabra, referido a personas, se encuentra en la revista de jardinería y horticultura The New England Farmer, fundada en Boston en 1822. En el número de marzo de 1853, se compara el arboricidio con el homicidio, y se menciona como ejemplo de tal crimen a uno de los más tristemente famosos asesinos de árboles, el obispo inglés Francis Gastrell, quien cortó la morera que había plantado Shakespeare con sus propias manos en los jardines de New Place, por el simple motivo de que estaba cansado de las constantes solicitudes de la gente que viajaba hasta allí expresamente para ver el árbol.

Hay distintas formas de arboricidio, unas que emplean técnicas fulminantes (la tala) y otras que acaban lentamente con el árbol, a través de riegos con lejía o de podas brutales que van mermando la salud de este hasta que el árbol parece morir por sí mismo.

Y luego están, por un lado, las prácticas arboricidas públicas, más o menos visibles, promovidas o consentidas por las instituciones, como las que denunció recientemente Carlos Piedras en este diario y, por otro lado, las prácticas arboricidas privadas, más o menos furtivas, que escapa al ojo del ciudadano y que no se suelen denunciar.

La foto superior muestra una poda brutal realizada la semana pasada a un árbol del amor (Cercis siliquastrum) en el jardín privado de la comunidad de vecinos de Hacienda Santa Rosa, en nuestra ciudad, con el simple pretexto de ahorrarse el tener que barrer cada día las hojas marchitas. Sirva esta foto a modo de denuncia, y el presente texto como llamamiento a un debate sobre la importancia de crear un plan de protección y valorización de los árboles y arbustos de nuestra ciudad, ya se encuentren estos en suelo público o privado. Este plan debería confeccionarse con la participación de propietarios, de productores, de agentes con capacidad de decisión en el ámbito local y regional, y de los principales beneficiarios de los árboles y arbustos, es decir, de la ciudadanía en general.

El plan de protección y valorización de árboles y arbustos de jardines públicos y privados debería contemplar estrategias a corto y a largo plazo, con vistas a la conservación de la biodiversidad urbana, al mantenimiento y mejora del estado de los ecosistemas urbanos y de su productividad, a la conservación de los suelos y a la gestión de las aguas en consonancia con los ciclos ecológicos, a la conservación de la microfauna urbana, particularmente de aquellas especies que intervienen en la polinización, desparasitación y propagación de los árboles y arbustos y, en fin, a garantizar una gestión sostenible del crecimiento y transformación de los espacios construidos.

El plan debería velar, en resumidas cuentas, por los beneficios culturales y socioeconómicos que los árboles y arbustos de jardines públicos y privados procuran a la ciudad, prestando atención a las quejas y sugerencias que los ciudadanos expresan en los medios, en las redes sociales y en la calle.

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