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¿Podríamos hablar de un caso de Münchhausen por poder, en el caso del padre Nadia, y Münchhausen, en el caso de Paco Sanz?

Allá por mediados del siglo XVIII, Karl Friedrich Hieronymus, barón de Münchhausen, volvió de la guerra y adquirió una notoriedad inusitada entre sus conciudadanos. No fue por sus méritos bélicos, ni tampoco por la cantidad de sangre con la que consiguió regar el campo de batalla. Fue por las historias que narró. Historias, todo hay que decirlo, fantasiosas y disparatadas, entre ellas que cabalgó sobre una bala de cañón o que incluso hizo un viaje a la luna; ahí es nada. Estas historietas tuvieron tanta relevancia que el escritor Rudolf Erich Raspe creó un personaje literario claramente inspirado en este imaginativo aristócrata, al que bautizó como el barón de Münchausen. Cierto es que Raspe no se comió mucho la cabeza para darle un nombre, pero su personaje ha quedado para la posteridad.

Y ahí no acaban las referencias hacia el citado barón, ya que en el ámbito de la psiquiatría también ha dejado su huella. Se conoce como síndrome de Münchhausen o trastorno facticio a los casos en los que, explicándolo muy resumidamente, el paciente finge una enfermedad –incluso llegando al punto de la autolesión– con el fin de recibir la atención, la compasión o la simpatía de los demás. Existe una variante llamada síndrome de Münchhausen por poder en el que el paciente está al cuidado de una persona y le provoca enfermedades con el fin de que reciba asistencia médica y genere simpatía y atención.

Tras estas referencias, vayamos al meollo de la cuestión, a la actualidad. En los últimos meses el noticiero español ha hablado, largo y tendido, de un par de casos que han indignado, y con razón, a la opinión publica: el de la niña Nadia y el de Paco Sanz. Ambos tienen, tristemente, demasiadas cosas en común: usar una enfermedad, ajena y propia respectivamente, con el fin de recaudar grandes cantidades de dinero para presuntos tratamientos médicos que no se realizaban; contar con el apoyo de famosos para conseguir mayor difusión para sus campañas benéficas y mayor número de donaciones; llevar elevados trenes de vida con el dinero recaudado; exagerar síntomas de enfermedades y un largo etcétera de despropósitos carentes de ética y escrúpulos.

¿Podríamos hablar de un caso de Münchhausen por poder, en el caso del padre Nadia, y Münchhausen, en el caso de Paco Sanz? Lo cierto es que me planteé esta pregunta con cierta curiosidad, dado a que ciertos factores coinciden, sobre todo en el aspecto de generar atención pública y haber despertado la solidaridad ajena; por no hablar de las historias falsas inventadas por Fernando Blanco, padre de Nadia, entre ellas que fueron a buscar a un doctor en Afganistán refugiado en una cueva, teniendo que esquivar antes de llegar una lluvia de bombas. Pero pese a ello, para hablar de casos de Münchhausen, tendríamos que hablar de pacientes que no buscan beneficios económicos, sino de gente que asimila enfermedades y pretende permanecer hospitalizada. Y en ambos casos, tanto el padre de Nadia como Paco Sanz han despilfarrado el dinero recibido en toda suerte de lujos, pero no en los tratamientos que, presuntamente, necesitaban costear con la ayuda ajena. Podemos hablar de la picaresca española en su más podrida expresión. Lamentable.

Resulta repugnante que haya gente que recurra a semejantes artimañas para ganar dinero contante y sonante, por no decir que la existencia de estos casos tan mediatizados consiguen que justos paguen por pecadores y que personas que realmente necesitan apoyo económico para el tratamiento de enfermedades difíciles de tratar sean puestas en el punto de mira. Haz el bien y no mires a quién, dice el refrán, pero con individuos de esta calaña se hace un poco más difícil tener esa visión benévola.

Para darle la nota positiva a este artículo, tengo a bien mencionar al marbellí Pablo Ráez, en paz descanse. Supo dar a conocer su lucha contra la leucemia en las redes sociales –siempre con una sonrisa–, se convirtió en un fenómeno viral y disparó las donaciones de médula en nuestro país. Merece la pena recordar a este guerrero por encima de los casos anteriormente mencionados. Desgraciadamente, siempre existirán malas personas que se aprovechan de la bondad ajena, pero por encima de ellas debe quedar nuestra intención de ayudar al prójimo, eso sí, con cautela.

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