Colas en un comedor social de Jerez, en una imagen de archivo. FOTO: MANU GARCÍA.
Colas en un comedor social de Jerez, en una imagen de archivo. FOTO: MANU GARCÍA.

Explicaba Ortega, ahora no recuerdo en cuál de sus libros, que los hechos históricos y las instituciones sociales había que valorarlos, ambos, con perspectiva histórica. Porque, continuaba Ortega, las causas que dan lugar a su nacimiento cambian, giran, desaparecen o, al menos, sería deseable que algunas de ellas desaparecieran. E ilustra con un ejemplo esto que digo, siguiendo a un historiador, creo que francés y cuyo nombre no logro recordar, cosas de la edad y de la memoria, bastante gráfico. Señalaba que la aparición de la esclavitud, institución social antiquísima, significó en su nacimiento un gran avance social. Y es sencillo de entender.

En las batallas de la antigüedad más antigua no se hacían prisioneros. Los adversarios vencidos eran pasados a cuchillo. La aparición de esta nueva institución social, la esclavitud, venía a salvar el valor vida, que en la prelación de valores de aquél tiempo estaba por delante del valor libertad. Luego, la evolución humana y el desarrollo social han puesto de manifiesto el demérito de dicha institución, hasta el punto de que todas las personas, decentes por supuesto, deseemos su absoluta desaparición.

En las primeras fuentes escritas que se conservan ya aparecían referencias a la esclavitud. Los imperios mesopotámico y egipcio ya incorporaron la esclavitud a su sistema económico y social. E incluso la Grecia clásica, madre de la democracia, contó con la esclavitud en su sistema de producción. Pero, quizás, fuese Roma el ejemplo por antonomasia en su uso. Un imperio en continua expansión, con numerosísimas victorias militares, que tuvo la posibilidad de imponer el esclavismo como modo de producción. La agricultura, la minería o la navegación marítima, en Roma, son claros ejemplos de la afirmación que acabo de realizar.

No obstante, y por descontado, la esclavitud no solo se caracteriza por la propiedad de una persona por otra, sino, y sobre todo, por cumplir una función económica: el trabajo, sin regulación ninguna, para otra persona y en las condiciones más precarias posibles, solo a cambio de cama y comida. Y teniendo la consideración de medio de producción, con la consiguiente y aberrante despersonalización del individuo sometido a ella.

Ya con la Edad Media, aparece una nueva forma de esclavitud, quizás más atenuada: los siervos, considerados semilibres, pero cumpliendo una función económica, ligada a la tierra, de servicio al respectivo señor, a cambio de una parte, mínima, de la cosecha y de una supuesta protección.

Con la Edad Moderna, Occidente, que ya había atenuado la institución de la esclavitud en su propio territorio, y tras el descubrimiento y la subsiguiente expansión colonial, impulsó de nuevo el mercado de esclavos. Pero esta vez con dos diferencias básicas: el color y la generalización de expediciones expresamente realizadas para la esclavización del mundo negro. Y, nuevamente, para formar parte del modo de producción con el que se explota la tierra. Cama y comida, en cantidades suficientes que les permitan cumplir con su trabajo. Las grandes plantaciones de Norteamérica representan el más claro ejemplo de este tipo de esclavitud, y seguramente el primero que se nos venga a la memoria por influencia de la industria cinematográfica.

Como señala el filósofo Michel Ofrey, los nuevos esclavos son los trabajadores en paro y también los que cobran los salarios miserables que no les permiten llegar a final de mes, ni cubrir sus necesidades mínimas

Y en este punto, quiero detenerme en algo que ya he comentado en algún otro foro. Cuando finalizada la guerra de secesión de Estados Unidos, y se impone, con muchísimo esfuerzo, eso sí, la libertad de la población negra, los grandes terratenientes del sur, que no obstante seguían necesitando mano de obra que trabajara sus tierras, pusieron en práctica un execrable mecanismo de boicot a la nueva libertad: pagaban jornales tan exiguos, que estaban, incluso, por debajo del coste que a él mismo le suponía el mantenimiento del esclavo. Era imposible, evidentemente, que la mayoría de la población negra pudiera estrenar su recién conseguida libertad en condiciones de dignidad deseables. Trabajas, te pago, pero no puedes sobrevivir con ello. Este parece que era el sistema.

Y esto, al lector avezado y al ciudadano interesado en los problemas sociales, no le es tan ajeno en estos tristes tiempos que vivimos. Como señala el filósofo Michel Ofrey, los nuevos esclavos son los trabajadores en paro y también los que cobran los salarios miserables que no les permiten llegar a final de mes, ni cubrir sus necesidades mínimas.

El capitalismo ultraliberal ha puesto la técnica al servicio de la producción, del dinero y del beneficio. Ha pervertido aquella idea original de mejorar la vida humana con el uso de la maquinaria, para expulsar, gracias a la misma, a gran parte de la población, sustituyéndola por máquinas. Los expulsados, los nuevos esclavos. La técnica, que nació como un elemento para una más eficaz dominación de la naturaleza, no ha hecho sino incrementar el dominio del hombre por el hombre. No es la máquina nuestro enemigo, es el uso que de ella se hace. Y mientras haya “ejércitos de reserva de mano de obra”, que dijera Marx, los salarios se podrán ver reducidos a la mínima expresión, incluso, como ahora, por debajo del umbral de supervivencia. Como les sucedió a los esclavos negros de Norteamérica tras su liberación, cama y comida.

Y así nos encontramos con un mundo como el nuestro. Fragmentado y frágil. Los clase asalariada, mayoritaria como siempre, e insolidaria entre sí, se caracteriza hoy día por una compleja fragmentación, que le impide, en el juego social y político, imponer sus reivindicaciones en las sociedades democráticas.

Y también frágil. Fragilidad en las relaciones familiares. Fragilidad en las relaciones sociales. Fragilidad moral. Fragilidad en las relaciones laborales. Eventualidad del trabajo. Y las extraordinarias consecuencias que todo esto tiene en los proyectos de vida. Junto a la trata de personas, la explotación infantil y la prostitución, hoy contamos con una nueva esclavitud: los trabajadores precarios. No es economía, no es política, es moral.

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