Pablo Casado, durante una comparecencia.
Pablo Casado, durante una comparecencia.

Mi pasión por la política se hace evidente a través de mis escritos. Pero, casi siempre, estos intentan mostrar problemas estructurales, que afectan a la mayor parte de la ciudadanía, y que ciertamente me preocupan, aportando, con mi modesta contribución, una perspectiva diferente y que no suele coincidir con el pensamiento imperante.

Intento, con ellos, arrojar luz sobre conceptos, intencionadamente confusos, para que nos ayude a comprender los procesos económicos, sociales y políticos que nos han llevado, la mayoría de las veces, a situaciones absolutamente injustas y que, desgraciadamente, demasiadas personas consideran como algo normal e irremediable. Los artículos a propósito de la recuperación económica, la cuestión social, la inmigración, las pensiones o los salarios, son ejemplos de esto que digo. Y apenas si me dediqué a lo coyuntural.

Sin embargo, en esta ocasión, me van a permitir que me detenga sobre algunos aspectos de la coyuntura actual que requieren, en mi opinión, ciertas aclaraciones. La permanente “ceremonia de la confusión” en que se encuentra instalada la política española permite a la clase política seguir contándonos mentiras muy gruesas. Y a ello me dispongo: a desenmascararlas, en la medida de lo posible.

La única de las situaciones a las que me referiré, hoy, en el espacio de un artículo, son las “primarias” celebradas, en su primera fase, por el Partido Popular. Son un asunto interno con el que nada tengo que ver, obviamente, y que seguía solo por puro interés político. Sin embargo, el resultado, y la interpretación que de ellos hacen algunos dirigentes políticos y mediáticos, creo que hacen necesaria alguna aclaración.

Celebrada la votación por la militancia inscrita, y no habiendo una vencedora con la mayoría suficiente, requerida creo por su propio reglamento interno, corresponde a los compromisarios al congreso nacional de la formación política conservadora elegir entre los dos candidatos más votados. Los que han pasado el corte. Si así lo establecen sus normas, democráticamente establecidas, así tendrá que ser.

Pero, ojo, esta segunda parte, ya no son primarias. Es el modo de elección tradicional, anterior a la implantación de la elección directa, y que se ha dado en llamar “primarias”. Ahora, como ha sido siempre, serán los participantes en el congreso los que elijan al presidente. Pasamos de una primera fase donde vota el militante, democracia directa (auténtica elección primaria), a una segunda fase donde votan los representantes de estos, democracia representativa.

Hasta aquí todo claro. Sin embargo, Casado y sus aliados, políticos y mediáticos, pretenden presentarnos esta segunda fase de elección como una “segunda vuelta”. Y aquí comienzan los problemas: eso es mentira. Para el lector, confiado o incauto, recordaré que la segunda vuelta solo existe si, los que votan en esta segunda fase, son el mismo cuerpo electoral que lo hizo la primera vez. Si no es así no hay segunda vuelta.

Esta breve explicación, de carácter técnico, no tendría mayor trascendencia, si no fuera por uno de los últimos mantras empleados insistentemente por el Partido Popular. A saber: debe gobernar la lista más votada.

Con esta afirmación niega, la fuerza conservadora, una de las características esenciales de nuestro sistema político, la proporcionalidad. La consecuencia de esta negación es la de restar valor a los órganos de representación democrática, negándole legitimidad a las diversas mayorías que se pudieran producir en los mismos. Acuerdos de perdedores, repiten hasta la saciedad.

Sin embargo, la actual situación, por la que atraviesa dicho partido, nos permite trasladar la reiterada doctrina a su presente coyuntura. Como sucede, en las elecciones, generales, autonómicas o locales, los ciudadanos votan, y luego los representantes, salidos de las urnas, eligen al presidente o alcalde de turno. En el caso del partido popular, primero votan los militantes, y luego, en la segunda fase, votan los representantes, compromisarios, elegidos para el congreso. Y a estos, en su propia organización, el perdedor, le da carácter de segunda vuelta, cosa que ha venido negando a parlamentos y plenos.

Curiosa forma de aproximarse a los acontecimientos políticos. Lo de Casado y sus aliados, caso de producirse lo por ellos deseado, será producto de una “segunda vuelta” (absolutamente falsa, como venimos repitiendo) y no será ya acuerdo de perdedores. Y habrán incumplido su mantra del gobierno de la lista más votada. Curiosidades de la política, ¿no les parece?

Lo explicado hasta ahora tiene poco que ver con un sentido democrático profundo. Por algo Casado representa a la derecha más extrema del Partido Popular. Y no le importa mentir, y desdecirse, si le conviene.

Pero, si nos ocupamos de echar una ojeada a este proceso, resulta curioso que, el que se presenta como el candidato de la renovación (por el mero hecho de la edad, supongo), viene a encarnar la representación del aznarismo, causante de la caída del gobierno de Rajoy. Los casos de corrupción, que provocaron la salida del gobierno del gallego, son de la época de Aznar. Y hoy se nos presenta al cachorro aznarista, sobre cuyo curriculum académico se ciernen demasiadas sombras, como el adalid de la renovación. O témpora, o more!

Finalmente, recordar que el candidato, el que está dispuesto a jugar hasta el final, corre el riesgo de ser descabalgado por los tribunales, debido a las dudas que se ciernen sobre su curriculum. Universidad Rey Juan Carlos de mis amores!

Y resulta curioso que, tantos militantes del PP, conocedores de esta espada de Damocles, hayan decidido apoyar a un dirigente al que acompañan tan negros augurios. Tienen todo el derecho y la legitimidad para hacerlo. Pero, en mi opinión, puede resultar poco conveniente. La reciente biografía del PP recomienda dirigentes con una integridad intachable, cosa que no parece suceder en el caso que nos ocupa, debido, y al margen de ulteriores decisiones judiciales, a los probados atajos académicos del interfecto.

Ya lo dijo don Antonio, Machado, por boca de Juan de Mairena, refiriéndose a los políticos: tienden a confundir lo verdadero con aquello que les reporta alguna utilidad. El caso Casado, blanco y en botella.

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