El muerto en el (santo) entierro

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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Los judíos mataron a Jesús. Eso nos han contado desde pequeños. Aunque para ser exactos, llevan dos mil años contándonoslo. Ha sido una de las causas del antisemitismo, acrecentado en la edad contemporánea postholocausto nazi con el comportamiento del estado de Israel con sus vecinos palestinos. Pero realmente, a Jesús de Nazaret no lo mataron los judíos. Cualquiera con la más mínima formación religiosa sabe que a Jesús le mató el poder político y el poder religioso. El poder político porque veía cuestionada continuamente sus medidas contra el pueblo por las denuncias de Jesús. Denunciar las causas de la pobreza, denunciar que había gente desahuciada sin hogar, denunciar la situación de la mujer cuando quedaba viuda, denunciar la situación de la educación de los niños, denunciar el cobro de impuestos al más pobre, denunciar la opulencia de los ricos, denunciar la corrupción del régimen romano, denunciar la discriminación que sufrían las personas enfermas, son sólo ejemplos de actuaciones de Jesús que le hicieron convertirse en enemigo de Roma.

Cuestiones, que si la pensamos, tampoco nos parecen tan lejanas, y por desgracia, muy familiares a las actuales. El poder religioso de la época también se llevó un buen rapapolvo. El caso más famoso es la expulsión a latigazos de los mercaderes del templo. Pero Jesús también rompió la pana denunciando esa ley que estaba por encima de las personas: la que daba más importancia a la observancia del sábado que a la ayuda al prójimo. La que despreciaba la limosna pequeña de la viuda y pedía con avaricia los bienes de los ciudadanos.

Actuaciones como decir que Dios está en el prójimo, quitando el patrimonio de la religión a los sacerdotes, fueron causas suficientes para desearlo matar. Desde entonces, los cristianos sabemos que el poder político junto al poder religioso no casan; no concuerdan. En nuestra Andalucía, nos chirrían los bornes del Evangelio cuando vemos por ejemplo a un Crucificado rodeado de armas. Basta recordar las procesiones con la Legión en Málaga. O en Jerez al Cristo de la Defensión. ¿Cómo poner un instrumento para matar personas al lado de quién dijo: Mi paz os dejo, mi paz os doy? Chirría también ver a los responsables políticos participar en procesiones, especialmente en la del Santo Entierro. No comprenden nada de por qué los penitentes van con el rostro tapado. “Mateo 6; 5. Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas; porque a ellos les gusta ponerse en pie y orar en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.…”

Chirría ver a autoridades que hacen políticas contrarias a lo que Jesús predicaba celebrando no sé qué, la verdad, en procesiones al lado de figuras que representan a Jesús. Pero no nos chirría sólo a los cristianos estas actitudes, u otras, como la de los partidos políticos que regalan ramos de flores con su logo. Chirría también a las personas -ciudadanas también- no creyentes. No se entiende que un pregón de Semana Santa -que es un acto religioso- se haga en un teatro público. ¿Huyen los cristianos del templo que es la casa del Señor? ¿Cómo hacer un acto religioso en el mismo escenario que se hace una obra de teatro? ¿Acaso es lo mismo?

¿Cómo puede entender una persona no creyente ver a su máximo representante público participar activamente en un acto religioso que pertenece a lo privado de las personas? Todo tiene una explicación: el político profesional quiere ser el muerto en el entierro -y si es en el Santo Entierro mejor- y el niño en el bautizo. Quiere ser protagonista para ganar rédito en imagen aprovechándose de una manifestación pública de la fe. Toda esta mezcla sólo causa conflicto y lo único que demuestra es que en esta sociedad vale todo con tal de conseguir cada cuál sus objetivos. Aunque haya que tirar por los suelos la coherencia religiosa, la política y por supuesto, la coherencia personal.
 

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