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Hay veces que me da por observar y será que al rozar ya los cuarenta cada vez asimilo con más dificultad determinadas modas. Juzgar las vanguardias que no tienen una vocación reivindicativa me parece injusto y se me antoja, de entrada, una causa perdida. Y sin embargo alguna vez que otra me camuflo, sin conseguirlo, para que no se me note mucho el tufo a niño de barriada, en determinados ámbitos, por simple interés sociológico. Yo era un chaval que gozaba con unas deportivas molonas que ahora, por curiosidad, a veces, intenta pasar por moderno en las redes, para pegar la oreja y ver lo que cuece el personal que está en la supuesta vanguardia. He de reconocer que, por más que me insista, siempre me llevo más chascos que emociones positivas con el sujeto que sube fotos en esas teterías del centro de las grande urbes, que con mi colega que llega del curro a las nueve y se toma una cerveza en el bar de mi plazoleta cansado. Y es que cuando veo esas barbas, esas gafitas redondas y esas camisetas que ponen ¡eh tú!, fíjate en mi eslogan, que está importado de Londres y dice: nadie, absolutamente nadie es más moderno que yo. Doy un respingo y me quedo catatónico.

Y no porque esté en contra de llevar al pensamiento y a la estética al borde de sus posibilidades, sino porque los veo angustiados en su rutina y en su estrés por parecer algo alternativo. Desesperados, pero, sobre todo, sin fondo reivindicativo. Vamos, que no veo ningún signo de naturalidad en ellos. Sólo un talibanismo en la causa por no quedarse atrás nunca en nada. La verdad, a mí me agobian. O será que por cateto o por no haber viajado más allá de La Barca de la Florida no los comprendo.

Veo a pocos modernos en las manifestaciones. A ese Hipster o como cojones se diga no le calo un un poso ideológico. Sólo le veo interés en lo vano. Un urbanita sin sustancia ni esencia. La sociedad opulenta ha creado a robots clonados. Puro humo. Cosa perfectamente legal y legítima, faltaría más. Están ajenos a lo que les ha permitido convertirse en idiotas y sobre todo a las ideologías libertarias y revolucionarias, las de verdad. Quizás ese ha sido el gran fracaso de la izquierda, no ser cansina en lo didáctico y en la memoria. Estos androides sin alma, utilizan la palabra libertad de otra manera. Y diría que en la economía liberal de mercado son los perfectos exponentes del individuo consumista que presume de su identidad, careciendo totalmente de ella.

Manadas urbanas de gente que sólo se asocia para ver la última actualización de su Iphone o para decir que en Wallapop han comprado una bici retro o un disco de un grupo sueco donde todos al final se suicidan. Nada más. Sólo maximizan las diferencias y hacen que un chaval que viaja a Madrid desde un pueblo donde no hay tiempo para tonterías, por estar todo supeditado a la supervivencia, se sientan raros. No me malinterpreten, me encanta lo heterogéneo y el progreso. Pero basado en el pensamiento y cimentado sobre un poso ideológico. No soy conservador, sólo pienso que nos estamos paulatinamente convirtiendo en gilipollas.

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