Unas jóvenes en una concentración contra el auge de Vox. FOTO: MANU GARCÍA.
Unas jóvenes en una concentración contra el auge de Vox. FOTO: MANU GARCÍA.

Hay muchas personas asustadas por lo que suceda con Vox el domingo. No faltan motivos. Se habla de trackings con sesenta o setenta parlamentarios para la ultraderecha, de una capacidad de movilización como la que tuviera Podemos hace cuatro años (y ojo, a muchos les pareció entonces insuficiente), que le situaría en segundo o tercer lugar del pódium electoral.

Huelga decir que en España no hay cuatro o cinco millones de fachas. Hay un discurso enarbolado en torno a la identidad del país, la seguridad de sus fronteras, el rechazo al feminismo por parte del heteropatriarcado y la preservación de las manifestaciones culturales cuestionadas que, en su conjunto, han calado en la población en un momento de miedo e incertidumbre social y económica. Es un discurso testosterónico, que apela a reaccionar contra un enemigo imaginario (el extranjero que te va a robar, la feminista que odia a los hombres, los comunistas que quieren robarte tu piso, el gobierno que vende tu país), fácil de asimilar y con lecturas muy simples para una sociedad muy compleja. Un atajo cómodo que no te solucionará la vida, pero sí aliviará los problemas de conciencia a aquellos que no desean que la política les complique el día a día.

Ya sean veinte u ochenta los parlamentarios, lo cierto es que el día de mañana todo será diferente y, al mismo tiempo, igual.

Será diferente porque la ultraderecha habrá entrado en nuestras instituciones -como en el resto de Europa-, con su odio e intolerancia a cuestas, y va a tocar hacer frente común para combatirlos, algo que parecía impensable cuando el 15M abría un nuevo ciclo político en este país. Pero a todo movimiento rupturista le sigue una contraofensiva reaccionaria. La de este ejercicio, con el conflicto catalán y el #MeToo como agentes movilizadores, ha tenido más alcance que nunca.

No será suficiente, no obstante, para liquidar una democracia con mucha historia detrás, que ha costado sudor y sangre levantarla, y alberga mucha lucha social en sus entrañas. Por mucho ruido que hagan, somos más al otro lado.

Decía que, al mismo tiempo, todo será igual, porque ser de izquierdas es estar de lado de quienes más sufren la desigualdad y la falta de oportunidades. Cuando las cosas van medianamente bien, como hace cuatro años, te da la impresión de que no es suficiente, y cuando va muy mal, como ahora, sientes que el mundo va a venirse abajo. Y luego, oh, sorpresa, sigue habiendo un suelo que pisar. Vivimos en un permanente estado de insatisfacción porque sabemos que este mundo es injusto. Está preso de una desigualdad crónica, con la riqueza concentrada y sus recursos desaprovechados, algo que nunca lograremos paliar de forma definitiva. Apelar a una utopía, como decía Galeano, es nuestra manera de caminar.

Hoy, igual que fue ayer e igual que sucederá mañana, habrá mucho por lo que trabajar. Seguiremos buscando ganar cada espacio de debate, cada discusión, cada barrio, cada parlamento, cada propuesta de ley, en pos de una sociedad mejor.

Y eso sucederá el lunes de igual manera. Con Vox como un pequeño grupúsculo parlamentario o como un monstruo de mil cabezas que ha venido a devorarlo todo.

El primer día del resto de nuestra vida será como cualquier otro.

Nos tendrán enfrente.

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