Nos la prometíamos todos muy felices el pasado 24 de mayo, a eso de las doce y media de la noche, cuando todo el pescado electoral estaba vendido, cortado, limpiado y hasta cocinado para su degustación ciudadana… y resulta que no. Que si farragosa fue la campaña electoral por parte de todos los partidos políticos (unos más, para qué no vamos a engañar), las post-elecciones están resultando nauseabundas, ruines, desalmadas…
Ahora que era el momento de empezar a tender manos, puentes, y ropa recién lavada, se nos descuelgan algunos de los “perdedores ganadores” con una serie de perlas de aquí te menees. Valgan las vomitadas (que no dichas) por la señora Esperanza Aguirre, dudando del talante democrático de una SEÑORA (esta sí lo es) que ha luchado toda su vida precisamente por dignificar a esa nueva España que recién salía de las catacumbas oscuras, rancias, roñosas y malolientes del franquismo. Y en la vecina Cádiz, se ningunea a un alcaldable tratando de menospreciar su currículo. “Han votado a un carnavalero”, dicen las malas lenguas, con clara afán destructivo.
No señores. JM González “Kichi”, efectivamente, es un conocido participante de la fiesta carnavalera… pero reducir sus méritos a eso, me parece infame y un ejercicio de hijoputismo propio del que, precisamente, adolece de carácter democrático. Kichi (para qué poner el nombre completo. A Teófila Martínez, se le conocía simplemente por Teo), a sus 39 años, es Licenciado en Historia, y ejerce como profesor de Historia en un instituto de Cádiz. Más quisieran muchos políticos de considerable responsabilidad, tener la mitad de su formación. Es delegado sindical de USTEA, y ha participado activamente en las “marchas verdes” contra los recortes en Educación.
Así que no me intenten hacer ver lo que no es. Tras el mensaje del “carnavalero” va encriptada la idea de la falta de preparación, del cachondeo, del jiji-jaja, y del pan y circo para todos. Ver las reacciones de las Aguirre, Martínez, Pelayo, Barberá, etc, (unas más vehementes y desafortunadas que otras) después de la noche electoral, produce sonrojo y el profundo convencimiento de que, efectivamente, sus respectivos electorados las han castigado con la fuerza de la razón… y de la vergüenza.


