Hace casi un mes que en la puerta hay un niño, que María se está peinando y que los peces (y no solo ellos) beben y beben. Todo ello ocurre mientras el público llena bares y terrazas y asiste a Zambombas o espectáculos navideños. Las diferentes actividades culturales que se llevan a cabo sortean de la mejor manera posible las aglomeraciones y el hecho de que el foco informativo esté en este fenómeno de masas en el que se han convertido las celebraciones en la calle.
Cuando yo era niña, oía hablar de las Zambombas como una cosa de otros tiempos de la que apenas si se mantenía un resquicio en los entornos domésticos, muy distintos de aquellos en los que habían nacido, cuando la vida en comunidad era lo habitual. Ahora se escuchan lamentos por el desbordamiento que ha experimentado. Debemos reconocer que no todo es negativo y que de los aspectos positivos también se pueden extraer algunas enseñanzas. A saber, que el espacio público lo ocupe la ciudadanía es un buen síntoma, aunque hay que buscar el modo de conciliarlo con el descanso y de impedir comportamientos incívicos; la atracción para el turismo es innegable, pero sería deseable ofrecerla con un contexto que vaya más allá de lo festivo, mostrándolo como el patrimonio inmaterial que es.
La ciudad lleva décadas preguntándose qué se puede hacer para revitalizar el centro y combatir el vacío apático que suele presentar los sábados por la tarde y los domingos. Se han hecho algunos experimentos con mejor o peor fortuna y, en tiempos recientes, nos hemos lanzado a realizar una sucesión interminable de eventos, conciertos, ciclos y conmemoraciones, una vorágine de difícil difusión. Hay quien se queja de tener que elegir y quien teme no ser elegido; particularmente, entiendo como algo bueno que haya una oferta amplia y variada. Otra cosa es que sea conveniente armonizarla para que temáticas y formatos no coincidan en exceso.
Debemos felicitarnos porque pocas veces la cultura ha estado en el centro de las conversaciones y los debates públicos como lo está ahora, aunque haya que incorporar muchas más voces y ampliar los temas a tratar. La reciente creación del Consejo Cultural en el marco de la candidatura a la Capitalidad Europea de la Cultura 2031 puede servir en el futuro para canalizar propuestas y favorecer colaboraciones.
No debemos perder de vista que hablar de cultura no es solo hablar de economía y de turismo; es hablar de identidad, de cohesión social, de democratización para facilitar el acceso de los sectores con mayores dificultades, de cultura en los barrios y en los centros de enseñanza, de equipamientos… Es hablar de un modelo de ciudad que tenga la cultura como eje vertebrador.
Ese es el desafío al que nos enfrentamos, una gran oportunidad que seguro no vamos a desperdiciar. Ha llegado la hora de Jerez.


