Día nacional del confinamiento

El acatamiento generalizado de un día para otro, de una falta de libertad tan brutal, parecía irreal

Imagen del centro de Jerez, prácticamente vacío durante el confinamiento.
Imagen del centro de Jerez, prácticamente vacío durante el confinamiento. MANU GARCÍA

Hoy hace tres años que se reveló de forma un tanto impudorosa un aspecto crítico de nuestra democracia. Lo crítico precisamente es que solo unos pocos lo percibieron. Cómo podía ser que a la mayoría no le avergonzara la prohibición de salir a la calle incluso para dar un paseo. Cómo podía ser que tantos conocidos, siempre alertas y críticos, se sometieran tan alegremente. El acatamiento generalizado de un día para otro, de una falta de libertad tan brutal, parecía irreal.

El miedo se suministraba por TV y se instalaba en los cerebros tal cual, sin atisbo de sospecha. Salía luego por las bocas sin variación. Solo unos pocos, furtivos, pisaban la calle para investigar qué estaba pasando en el exterior hostil, para comprobar si era verdad que un rayo fulminaba la integridad física por el solo hecho de empezar a andar sin un destino prescrito. De la extrañeza a la hipótesis había un corto espacio: un conjunto de gobiernos coordinados que alertasen de igual forma y garantizaran el suministro de alimentos y el entretenimiento tecnológico, lo tendrían así de fácil para rendir a la población. Miedo, cebo y anestesia. El cumplimiento del confinamiento en España, según los datos de las compañías telefónicas, rozó la perfección. 

No recuerdo eso que llaman los cursis una "pedagogía democrática". No recuerdo una explicación sobre lo extraordinario y los límites de la derogación de derechos fundamentales como patrimonio de los españoles. Las dos lecciones de constitucionalismo que se dieron fueron involuntarias: los videos de la entrada de la policía en el domicilio sin autorización y la prohibición de manifestación a los sindicatos el 1 de mayo. 

A mí aquella crisis me reafirmó en la democracia, no me arrastró por el fango de la desesperación y nunca lo confundí con un golpe de estado ni otras formas de crisis antagónicas. En cambio, me reveló el poco aprecio que los españoles tenemos por nuestros derechos fundamentales. No sé por qué no recitan cada mañana la Constitución los niños en las escuelas. "Debe el pueblo luchar por las leyes como si fueran sus murallas" (Heráclito). Ni por qué el libro La agonía de Francia de Chaves Nogales no es lectura obligatoria en bachillerato. Un año después del estado de alarma, por desahogo, empecé a escribir en esta buena casa de lavozdelrus.es mis artículos. El primero, incapaz de reducirlo a menos de 600 palabras, se titulaba Catástrofe e indiferencia.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído