Me cuenta una colega catedrática de universidad que fue al supermercado y cuando terminó la compra y se detuvo en caja a pagar apareció una jovencita invitándola a dar un donativo para los necesitados. Al negarse ella, la chica se sorprendió llamativamente.
Oh, mi colega se había señalado a pesar de que ama la Navidad, se ha educado en un colegio religioso y coloca en su casa un Belén para recordar lo que estamos celebrando: la natividad, el nacimiento de una transformación para lograr un mundo en el que no haya que dar limosnas. Un logro al que, en este caso, se aspira desde hace más de 2025 años porque ese renacimiento no lo inventó el catolicismo, nos llegó desde Oriente o desde Egipto donde en el siglo XII-XI antes de Cristo ya había revueltas documentadas contra la explotación y la esclavitud durante la XX Dinastía.
Siente un pobre a su mesa
Mi colega se apartó de la masa. Apartarse de la masa despierta asombro y quién sabe qué pensamientos en ciertos segmentos de jóvenes y no tan jóvenes. La diferencia entre ambas edades se encuentra en que los jóvenes son mucho más permeables a ser manipulados y adoctrinados mientras que el personal más mayor puede someterse acríticamente al “atraco” para no buscar problemas o porque cree sinceramente que el cáncer se puede curar con aspirinas.
En mi caso, y supongo que en el de otras personas, además de mi colega, no estoy dispuesto a seguir con la farsa del ponga un pobre en su mesa como reflejaba aquella película de Berlanga, Plácido, derivada precisamente de una campaña franquista que se llamaba “Siente un pobre a su mesa”. Berlanga, en pleno franquismo (1961) se atrevió a criticar algo a lo que llaman caridad y que no es más que pan para hoy y hambre para mañana. ¿Menos da una piedra? Bueno, un rito que lleva golpeando 2025 años puede que sea ya una gran roca.
El catolicismo cercano a mí siempre ha sido una religión para la comodidad, hablo del catolicismo para nosotros los ciudadanos acomodados o relativamente acomodados, no del que le costó la vida a Monseñor Romero en El Salvador o el de los sacerdotes obreros de mis tiempos -José María de Llanos, Diamantino García, por ejemplo-, o el de los actuales titulares de parroquias en barrios del llamado cuarto mundo, el que se da en nuestras ciudades “civilizadas” ...
He vivido un proceso de adaptación del catolicismo a sus fieles desde que siendo niño pasamos de la misa en latín y de espaldas a los públicos a la misa en castellano. He vivido el cambio de la misa desde el domingo al sábado; en este tiempo navideño he vivido cómo la misa del Gallo es a las siete u ocho de la tarde en lugar de a las doce de la noche… Y ahora vivo la descomposición religiosa de la sociedad, el envejecimiento de los feligreses, los seminarios y los conventos semi vacíos, la puritana marginación de la mujer para ser sacerdote… Sin embargo, respiro con agrado cómo los humanos van sintiendo poco a poco la necesidad de ordenar su mundo interior mediante lo religioso. Y empiezan a preguntarse asuntos nuevos.
El nacimiento de un subversivo
Mis vivencias y mis largas reflexiones basadas en el estudio de los enfoques de unos y otros me han llevado a descreer de todo aquello en lo que creía en la infancia y un trozo de la adolescencia. Ahora bien, no me gusta nada la descalificación de quienes son creyentes por parte de una caterva de ignorantes que se autodenominan progresistas y que se fabrican sus dioses. No estoy de acuerdo porque respetar las creencias, el pensamiento y las buenas intenciones de los humanos brilla por su ausencia y es lo que precisamos para que las cosas sean radicalmente distintas.
El Papa Francisco me parece a mí que si hubiera podido hubiera hecho mucho más por abrir la Iglesia a la realidad compleja de ahora. Cuando por desgracia voy a un responso o a una misa de difuntos que es lo que más frecuento por mi edad, lo hago como ateo absolutamente respetuoso no sólo con lo que yo creí y me otorgó una energía que conservo para enfrentarme a la tragedia del ateísmo, sino con aquello que es seña de identidad de mi cultura, con todos sus defectos y virtudes.
Un ser humano no puede vivir sin raíces y el “Dios ha muerto de Nietzsche” nos obliga a poner nuestros mundos patas arriba. Yo he puesto el mío, pero sólo en mi interior, a nivel personal e intransferible, que cada cual sienta y piense lo que quiera pero que yo también pueda afirmar que en Navidad celebro el nacimiento de un subversivo, de un hereje que son los que conducen el mundo, no de alguien que estima que con unos euros o con una bolsa de arroz donados en el super ya puedo irme tranquilo a casa a cantar villancicos.
Me parece que el Papa Francisco comprendía a los sujetos como yo, lo rechazaban sus propios seguidores porque afirmó que un ateo o un comunista podría ser mejor persona que un creyente sepulcro blanqueado. En la clandestinidad yo luchaba a mi manera juvenil contra Franco al lado de militantes creyentes afiliados al movimiento Cristianos por el Socialismo. Teníamos el mismo objetivo -la justicia, como don Alonso Quijano- y eso era lo que contaba, lo demás era cuestión de cada uno.
¿Me toman por irreflexivo?
Admiro la revolución bolchevique de 1917 porque derribó a un cruel y orondo sujeto que apostaba por la caridad, la represión y la guerra en lugar de por la justicia, pero fue un error -similar al de la Segunda República española y al del progrerío de pitiminí actual- declarar en la URSS el ateísmo como algo oficial o estimar que lo progresista hoy es atacar a la Iglesia, ya que el ateísmo es una condición muy personal que sólo debe defenderse cuando es atacada.
Observen cómo Putin no ha caído en el error y eso que fue dirigente de los servicios secretos comunistas. Ahora está a partir un piñón con la Iglesia ortodoxa y viceversa. En todas partes crecen ovejas negras, somos humanos, y los humanos poseemos el derecho a equivocarnos y sólo se equivoca aquella persona que arriesga y no se esconde. El bolchevismo se vino abajo, sí, pero se intentó. En la vida hay que emprender e invertir, no ser siempre de la mayoría silenciosa.
Recibo estos días mensajes como el siguiente: “Con tu acción, iluminas vidas. Tu ayuda puede cambiar sonrisas. Dona alimentos y juguetes y comparte un poco de amor con quienes más lo necesitan. Un pequeño gesto, una gran ilusión”.
¿Ya está? ¿Eso es todo? ¿Ilumino vidas? ¿Con qué? ¿Con velas de cebo? Luego rezo, voy a misa, amo y, ¿se acabó? ¿Qué es el amor? ¿Existe el amor o le falta una palabra?, ¿amor… propio? Si no es así, si el amor no es connatural y tan cómodo de lograr, ¿por qué me dictan que debo amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a mí mismo? ¿Como a mí mismo? ¿Me meto a misionero o en un voluntariado y con ello más lo anterior voy al Cielo a encontrarme con Dios?
Es algo parecido a la Flotilla por la Libertad pro Palestina, sin pijos y sin celulares inteligentes. Y, ¿si voy a morirme y no tengo cura que me confiese hago un acto de constricción y con eso basta? ¡En qué mundo vivo! “Aprenda inglés en treinta días, adelgace en un mes y vaya al Cielo en un minuto”. No quiero vivir como un profesional de la caridad sino como un ser humano que acepta su condición solitaria y egoísta y trata de convertirla en energía y virtud.
Debo ser más claro. ¿Me han tomado ustedes, los pedigüeños, por irreflexivo? ¿Por tener una mente detenida? Supongo que sí. Llevo 71 Navidades asistiendo al mismo triste espectáculo: si no fuera por los necesitados, ¿tendría sentido nuestra vida? ¿Qué ha cambiado sustancialmente desde que me daban con pocos años una hucha de cerámica que representaba la cabeza de un pobre chinito o negrito para que les pidiera caridad a los viandantes por la calle Sierpes de Sevilla?
Los ateos chinitos ahora nos seducen
Bueno, sí, ha cambiado que los ateos y aplastados chinitos ahora poseen superávit comercial, son la meta del turismo y de las inversiones occidentales por ejemplo en la fabricación de coches y mascarillas mientras nosotros tendremos mucha más democracia y seremos más libres, pero, ¿a qué precio? USA parece que quiere morir matando. De otro lado, por si no se han dado cuenta -que supongo que sí- lo que conozco hasta ahora por España corre un serio peligro de colapsar con UE y todo detrás. En los años 90 creíamos que no habría una guerra y menos tan cruel en los Balcanes. Y la hubo.
Desde siempre, la obra de los grandes cerebros -como la que la tradición reconoce en Jesús de Nazaret- es distorsionada cuando se pone en práctica. La sociedad del Black Friday, del amor a las mascotas como sucedáneo de la soledad, el culto exagerado al cuerpo, las rebajas y las giras para ir a muchos sitios sin estar en ninguno, no puede superar por el momento estas Navidades de caridad. Es una sociedad que ha matado a Dios y que, como profetizó Nietzsche, a cambio ha creado miles de dioses, es de nuevo el politeísmo de la marca comercial, de la ganga, de la moda, del consumo por encima de las posibilidades.
He leído que el 31 por ciento de los españoles ha pedido préstamos para afrontar la Navidad. Un tercio de la población. Y también todo eso del crecimiento económico aparente y de la cantidad de gente que está en el umbral de la pobreza. Nada nuevo desde que vine al mundo, nada esencial ha cambiado, hay más clase media desde Franco -por tanto, más clientela para la caridad- pero ahora esa clase media ha disminuido o está en crisis y sin ella no puede haber teatro democrático.
Un poder que no usamos
Tenemos mucho poder en nuestras manos y no lo usamos porque algo o alguien nos ha desviado desde la justicia para los demás y para nosotros al exclusivo egoísmo del primero yo, luego yo y después yo. De lo contrario, no estaría observando tanto comercio y, sobre todo, tanta caridad un año y otro y otro y el siguiente. ¿Acaso se nos ha olvidado que ya hacemos una enorme obra de caridad cuando le damos dinero a Hacienda o con el pecunio que está detrás de cualquier consumo, de cualquier nómina, de cualquier ganancia? ¿No hay dinero con tanto impuesto para evitar que duerman personas al relente cerca de Las Setas de la Encarnación o de El Corte Inglés de Nervión, en Sevilla? ¿Y para los médicos que esta semana se han manifestado muy justamente? ¡Venga ya! La caridad lo que hace es prolongar esta agonía.
Si esto fuera una democracia real y la gente estuviera formada, unida e ilustrada, cuando sube algún producto se deja de consumir hasta que baje. ¿No es eso el gobierno del pueblo? Y si todo está demasiado caro en Navidad nos comemos tres modestas tapitas, un cava arregladito, un polvorón, unas uvas y tan contentos. Oh, pero eso no se puede hacer, ¿qué van a pensar de nosotros? ¿Que somos pobres? “Desengáñate, Ramón, siempre habrá ricos y pobres”, nos decían nuestros mayores cuando hablábamos de tonterías como democracia, socialismo, comunismo, catolicismo, teología de la liberación, capitalismo de rostro humano… Era cierto, sí, pero, como a Blas de Otero, “me queda la palabra” y, como decía Quevedo, “no he de callar…”.
Pues sí, ya no vale lo que dijo también Nietzsche: hay que quitar de en medio a los pobres porque nos estorban tanto si les damos dinero como si no. ¡De ninguna manera! Necesitamos a los necesitados para darle un sentido más hondo a nuestras necesitadas vidas. Tenemos lo que nuestra naturaleza y nuestro estado evolutivo desean que tengamos. No somos libres, hermanos y hermanas. Entregando limosnas llevamos a cabo una demostración de poder, no de solidaridad. Y quienes organizan las cuestaciones ponen en sus vidas chispas de felicidad cocacolera. Están en su derecho de hacerlo y yo de discrepar.
Y hasta aquí mi homilía dominical. Podéis ir en paz, pero sabed que esto es la guerra. He dicho.


