Curas gays: la realidad existe

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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En los años 90, el canal #gaycádiz del IRC Hispano era uno de los más activos. Mucha gente. Internet empezaba a democratizarse y aunque no tenía todo el mundo un acceso total como hoy con el móvil, los más frikis y sobre todo, muchos estudiantes participaban de esta nueva forma de relación. Un día me encontré con un profesor de filosofía y estuvimos chateando un rato. Por fuerza tenía que ser desde el ordenador, no como hoy con en el whatsapp. Un profesor de filosofía me venía como anillo al dedo: una de las asignaturas que me estaba estudiando por aquél entonces era Historia de la Psicología, que en su primera parte, era sobre todo, historia de la filosofía. Así que con lo pedante que soy, saqué el tema de la filosofía, que me gusta, para hablar.

Noté algo extraño, esa persona anónima que estaba al otro lado, sabía de filosofía sí, pero a nivel del BUP. No a un nivel para ser profesor. Pero bueno, hay profesores que son malos; pensé que éste podía ser uno de ellos. Me pidió tomar un café juntos y acepté. Un café nunca se lo niego a nadie. Pero un café nada más. Quedamos en Carrefour. No me había mandado fotografía así que era una cita a ciegas, que tiene su morbo, no me lo van a negar. Cuando le vi me resultó conocido, a esa persona yo la había visto antes. No sabía dónde ni cuándo. Total, ¡conozco tanta gente! Se lo dije y me indicó una posible razón que no cabe poner aquí para no desvelar su identidad, pero no, le dije que no le conocía por eso. Nos saludamos, hablamos de tonterías para romper el hielo, del canal, de los cotilleos, de bla, bla, bla… era simpático y nos caímos bien, así que la charla se prolongó aunque me dijo que se tenía que ir a tal hora.

Como hablamos de tantas cosas, también salió el tema de la informática y me dijo que le gustaba mucho el diseño por ordenador y que había estado en casa preparando unas tarjetas de visitas y que me las iba a enseñar a ver qué me parecían. Pues vale. Y efectivamente me dio la tarjeta: un motivo precioso, muy moderno con su nombre. Fulanito de tal. Parróco de xxxxx. Ciudad. Teléfono. Me quedé muerto. No literalmente claro está. En silencio. Como no hablaba y yo estaba hipnotizado mirando la tarjeta, me preguntó:

– ¿Te molesta que sea cura? Me has dicho que crees en Dios.
– Yo ya sé de que te conozco.
– ¿De qué?
– Tú y yo hemos coincidido en algún que otro acto religioso (evito decir el sitio, entiéndanme).
Ahora el que se quedó muerto fue él.
– ¿Tú de qué vas, quillo? le pregunté.
– Por favor, no se lo digas a nadie.
– Tranquilo, que no se lo diré. Pero no es que no entiendo qué coño estás haciendo. Porque si los curas tenéis el voto de castidad, supongo que yo que será para heterosexuales y homosexuales, para todo quisqui. Y tú estás aquí intentando ligar conmigo.
Estaba descompuesto.
– Vaya puntería que tengo, me dijo.
– Podía haber sido peor, le contesté.
Total. Me contó su vida, su azarosa vida de cura gay en el armario. E imaginénse qué armario. Tampoco es cuestión de relatarla aquí, pero ese hombre estaba amargado y con mucho sentimiento de culpa cada vez que se iba de picos pardos.
– ¿Por qué no dejas de ser sacerdote y vives tu vida? Sé libre, tío, le dije.
– No puedo, porque si no soy cura, ¿de qué vivo?
Y llevaba razón, un cura cuando deja de serlo, como no tenga una profesión, se estrella.
El caso es que le eché la bronca, le dije que no entendía nada de lo que estaba haciendo, que no era coherente y le culpé de toda la homofobia que tiene la Iglesia contra los gays, lesbianas,transexuales, bisexuales y todo aquel que se sale del tiesto. Como si fuera él el culpable.
Se fue porque tenía que irse. Fui injusto con él por curparle, lo sé.

– ¿A dónde vas, si se te puede preguntar?
– A mi parroquia, he dejado a un grupo en un encuentro de oración.
– Manda huevos, le dije.
Ya no volví a verle en persona nunca más. Y digo en persona porque por casualidad lo vi por televisión años más tarde, curiosamente criticando al matrimonio homosexual. Manda narices, pensé, manda narices. Tiempo después, de todo se entera uno, me enteré que su superior le castigó. Pensé que cuando a un cura se le descubría que era gay, se le mandaba a la Isla de Santa Elena como a Napoleón. No. Lo mandaron a Madrid. Como castigo. Ole, para tener Chueca más cerca. Manda narices. Manda huevos y manda todo lo que tenga que mandar.
Y ya le perdí la pista.

Sin embargo, mi condición de cristiano convencido y defensor público de los derechos de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales que a su vez son creyentes, hizo que muchos religiosos y curas gays a través de mi blog me conocieran y se pusieran en contacto conmigo. Unos para desahogarse, otros para ponerme a parir y alguno hasta para intentar ligarme. En particular uno me asustó porque hasta consiguió el teléfono de mi casa. Todos tenían algún problema mental: sufrían de ansiedad, depresión, angustia, complejos de culpa, soledad… y me he encontrado de todo: curas, religiosos de distintas ordenes, miembros significativos de hermandades, alguna monja… Y oigan, ¡testigos del Evangelio de Jesús como el que más! ¡Incluso más que algunos obispos!

¿Por qué cuento hoy esto? Porque me duele el dolor ajeno. Hay dolores que son inevitables como los producidos por una catástrofe natural. Pero, ¿y el dolor producido por los mismos humanos? ¿Cómo entenderlo? ¿Y cómo entenderlo más aún cuando ese dolor es provocado por las personas que dicen servir a Jesús? ¿Cuándo hizo Jesús daño a alguien? ¿Cuándo rechazó a quien creía en su mensaje? Porque entiendo que la jerarquía eclesiástica pueda criticar a otros (y tampoco en todos los casos) pero, ¿a los tuyos? ¿A tus hijos? ¿A tus hermanos?

Me duele particularmente el caso del gaditano que no puede ser padrino de su sobrino por ser transexual. ¿Y qué tiene que ver? ¿Acaso la Fe entiende de sexos, de género? Si el Papa Francisco no se atreve a juzgar a las personas homosexuales, si recibe a personas transexuales en el Vaticano, ¿en qué planeta están viviendo estos obispos y dirigentes que no se comportan como el papa? -Cuando escribí este post, aún el obispo de Cádiz no había cambiado la decisión. Hoy me alegro de que lo haya hecho. De sabios es rectificar- Mírense en el espejo, miren a sus hermanos, todos estamos llenos de miserias. No podemos excluir a nadie, ¡somos cristianos! ¿O qué somos entonces si causamos dolor?

Pido a los curas gays que tengan fuerza pero también que sean valientes y den la cara en la medida en que puedan, claro está. Tampoco es cuestión de hacerse el harakiri. Pido a toda la comunidad LGTB que nos consideramos cristiana que demos la cara también por estas personas. No podemos consentir la homofobia de la Iglesia cuando sabemos todo lo existe dentro. Seamos coherentes con nuestra fe. Que Cristo siempre está fuera del sagrario cuando hay un prójimo que sufre y muchos de los que rezan dándose golpe en pecho en la soledad de una capilla, aún no se han dado cuenta que están absolutamente solos. La realidad existe: www.cristianosgays.com.
 

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