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No pudo reprimir las lágrimas por saber que en la misma playa que ella se baña en verano y pasea con su velero, se había convertido en un cementerio.

Estaba ella cómoda en su sillón tomando el postre, cuando éste se le atragantó al enterarse que en la costa de Cádiz había aparecido el cadáver de un niño que había intentado cruzar el Estrecho de Gibraltar. El que fuera una señora de derechas y como Dios manda, no implica que no tuviera corazón ni sentimientos, ni que fuera dura como el acero.

La imagen del pequeño sirio en la playa volvió a su cabeza, aunque en esta ocasión no hubo fotos. Es más, la noticia llegó como tarde. Y poco a poco, llegó su nombre: Samuel. Luego, el de su madre: Verónica. Nombres muy poco musulmanes, por cierto.

Y lloró. No pudo reprimir las lágrimas por saber que en la misma playa que ella se baña en verano y pasea con su velero, se había convertido en un cementerio donde adultos y niños se dejan la vida.

No, no es justo. Recordaba la última misa del domingo y las últimas de navidades. Cuando la sagrada familia huía de Egipto para que no mataran a Jesús... en el fondo es lo mismo, pensó. Huyen de la muerte y a la muerte encuentran sea en el mar o en el desierto.

Dejó de comer y apagó la televisión. Estaba impactada pensando porqué le dolía tanto la muerte y que injusta era ella misma al quedarse en estado de shock sólo porque la muerte infantil había sido a pocos kilómetros de casa.

Se fue a su oratorio, rezó y pidió perdón por el alma de Samuel, de sus padres, de todos los muertos que cruzan el Estrecho de Gibraltar. De todas las víctimas de la guerra. Se acostó también rezando hasta que se quedó dormida.

Al día siguiente, se levantó y volvió a sus tareas cotidianas. Leer la información del día y repartir a diestro y siniestro los WhatsApp que le mandaban sus amigas. Siguió criticando a la izquierda poniendo su típica cara de escandalizada, siguió defendiendo la reforma laboral y las políticas que han traído esta crisis económica, negando con la cabeza cada vez que escuchaba a los familiares de las víctimas del Yakolev, siguió mandando mensajes contra el lobby gay, siguió apoyando la construcción de un muro metálico en Ceuta y Melilla con sus concertinas, siguió dando publicidad a las bonanzas de las políticas restrictivas para acoger inmigrantes, siguió criticando a la religión musulmana y la construcción de mezquitas, siguió olvidando al pueblo saharahui, siguió boicoteando a los catalanes, siguió yendo a misa… y en resumen, siguió siendo una señora de derechas. Eso sí, una vez lloró.

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