Covid-19 y educación, o cuando se pierde la oportunidad de la crisis

Interior del CEIP San Juan de Dios, en una imagen del curso pasado.
Interior del CEIP San Juan de Dios, en una imagen del curso pasado. MANU GARCÍA

Ya ha llegado setiembre. Los políticos se han empeñado en que la Escuela, con mayúsculas, sea el referente de la nueva normalidad. No está muy claro cómo, pero eso parece no importar, excepto a algunos padres y maestros, en el sentido más amplio del término, es decir: los profesionales que impartirán clase en primaria y secundaria. En otro ámbito, en las universidades andaluzas, los exámenes de recuperación van a ser a distancia o en red; en secundaria, buscando esa apariencia de normalidad que dijimos al principio, presenciales. No importa que por España se vayan prohibiendo la participación en reuniones sociales que superen un número de… Eso en la enseñanza no parece ser ningún problema.

Sin embargo a los mismos profesores que atienden a grupos numerosos de alumnos que superan los límites anteriores, no se les permite mantener las reuniones que les son propias como docentes, que deben hacerlas de manera telemática. Inmunes para una cosa, potenciales infectados para otra. Algo no va bien. Esperemos que este modelo heurístico de ensayo-error tan científico no se convierta a corto o medio plazo en un problema. En esta ocasión las cobayas somos las propias personas. Tampoco es la primera vez.

En cualquier caso lo más indignante son las mentiras sucesivas, la dejadez y la falta de previsión en la que han incurrido las autoridades, las educativas las primeras. Quizás no han entendido todavía que con la falta de autocrítica constante, no solo en las autoridades sino también en la mayor parte de la comunidad educativa, jamás saldremos bien de esta crisis sanitaria que tiene consecuencias inevitables a todos los niveles.

Quizás quienes nos gobiernan no han entendido que “crisis” etimológicamente significa “decidir” y hasta “separar”, e implica acción, que es sin duda todo lo que les ha faltado en estos meses perdidos en complacencia o en el deleite de pasar del sistema perfecto durante la pandemia, a la imperiosa necesidad de volver a las aulas, pase lo que pase, porque en aquello algo no fue bien. ¿Pero qué? Eso no tiene respuesta. Tampoco muchas de las preguntas que siguen.

¿Por qué no se ha trabajado en todos estos meses para prevenir una situación crítica como la que se nos viene encima incluso en el mejor de los casos? ¿No podría ser una oportunidad para mejorar nuestro modelo educativo, repensando y contextualizando los contenidos que se trabajan en las aulas?

¿Nadie ha pensado en diseñar y promulgar un currículo que responda  al momento excepcional que vivimos pero con los contenidos suficientes para favorecer las destrezas y los conocimientos básicos necesarios e imprescindibles? Así se evitaría al menos la dispersión en los conocimientos, que fue sin duda uno de los problemas sobrevenidos en la gestión del fin de curso pasado.

A lo mejor podría ser la oportunidad, ahora que tanto se habla de clases burbuja y de sectorializar los centros, de promover el trabajo por proyectos. Si esta metodología de trabajo está correctamente definida y tabulada su ejecución puede ayudar a salvar ese escollo importantísimo que supone la división del trabajo imperante, por lo menos en secundaria.

¿Cómo es que la Administración, en vez de contratar a los vigilantes de nuestras playas, cuya función y efectividad todos hemos constatado, no ha puesto en marcha durante el verano a un equipo de especialistas capaz de preparar un banco de recursos garantizados y de calidad que alimente y facilite el trabajo en las clases o a distancia, de llegar el caso de tener que volver a las casas aulas parcial o totalmente? Parece ser que eso no hubiera cuadrado con la seguridad en lo turístico que se pregonaba.

¿No hay previstos programas de formación para que los docentes sepan qué es y cómo se debe trabajar en red? La enseñanza a distancia no es ninguna novedad. Lleva mucho tiempo inventada y casi siempre ha funcionado correctamente. Pero es obvio que no se puede usar la misma metodología en un modelo que en otro. Y la verdad es que la mayoría de los docentes no sabe cómo diseñar propuestas para trabajar a ese nivel. Hasta ahora, salvo excepciones, no fue necesario, pero ahora sí.

¿Por qué no se está diseñando una incorporación progresiva del alumnado en los centros que permita las respuestas graduales que deriven de la presencialidad en atención a la existencia o no de incidencias, de afectados o posibles brotes? Sería sin duda mucho más prudente e incluso favorecería la organización de institutos y escuelas.

¿Se ha pensado en permitir la división de la jornada en turnos de mañana y tarde, de manera que los niveles de menor edad estén por la mañana y los de mayor en turnos vespertinos, para que siga siendo posible la compatibilización de los horarios de trabajo de los padres con la atención de sus hijos menores?

¿No es viable una solución que implique presencialidad para los niveles más bajos, y la enseñanza en red para los mayores, que obviamente ya poseen más recursos para acceder a este tipo de enseñanza, favoreciendo al tiempo tutorías que respondan a las necesidades que se detecten?

¿Alguien ha caído en la cuenta de que –viviendo donde vivimos y con un clima generalmente bueno- sería posible convertir en aula los espacios abiertos y naturales y enseñar desde el contacto con la realidad o la naturaleza, al modo de lo que hacían los Institucionalistas o se hace ahora en algunos proyectos de innovación o en instalaciones tipo Montessori o similares?

El problema o la solución de todo esto es que la respuesta pasa por una mayor dotación presupuestaria, que está relacionada con una creación de empleo público superior a la anunciada (aunque no puesta en marcha hasta la fecha), y con una inversión importante en nuevas tecnologías de la información y la comunicación, que tampoco se ha hecho. Ni una cosa ni otra parecen estar en los planes de nuestras administraciones. La razón de por qué no solo ellos la conocen.

La realidad es que hasta el momento la mayoría de las acciones directivas reconocibles  no pasa más allá de determinar por dónde se entra y por dónde se sale. Parece ser que la autonomía de los centros casi se termina ahí mismo. O eso parece tristemente. Y así mientras a las autoridades se les llena la boca publicitando las bondades del sistema en los medios de comunicación, a los centros de trabajo las indicaciones llegan gota a gota y con una falta de claridad evidente, y dejando el qué hacer a cargo de los presupuestos habituales de los propios centros.

No es fácil trabajar para un empresario que no tiene las cosas claras ni sabe a dónde quiere ir. Pero a veces uno no sabe dónde quiebra este inexistente liderazgo y de previsión que está asolando a nuestro modelo educativo. El principio del curso ya se toca con las manos. Todo avanza preconizando una falsa normalidad que las cifras que se publican desmienten si se miran con cierto detalle. Esperemos que tantas preguntas solo sean la consecuencia de un espejismo, y que el resultado, por el bien de todos, de este ensayo a pecho descubierto sea el de “acierto”.

Manuel Bernal Romero, profesor y periodista.

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