Cortinas de humo por doquier

Han conseguido que una parte de la población se sienta atacada en su libertad de expresión, y otra, en su sensibilidad. El resultado es el embarramiento del debate público

03 de noviembre de 2025 a las 09:21h
Congreso de los Diputados.
Congreso de los Diputados.

Que no. Puedo prometer y prometo que la finalidad de esta columna era otra bien distinta, pero mira que lo ponen difícil…

Un nuevo espectáculo circense ha tenido lugar en la carpa central del Congreso de los Diputados. Mientras el país se desangra por la corrupción enquistada, una fractura parlamentaria que paraliza cualquier avance real, salarios miserables que no alcanzan para cubrir las necesidades más básicas y la inaccesibilidad a una vivienda que condena a toda una generación, nuestros políticos han encontrado su nuevo juguete: la palabra. A través de esta maquiavélica maniobra, se ha aprobado una proposición no de ley (PNL) para regular el uso de la palabra “cáncer” en el ámbito institucional, tratando de evitar su empleo peyorativo.

La reacción del académico Arturo Pérez-Reverte, rotunda y visceral, ha servido como catalizador para un hartazgo social que trasciende del lenguaje: “Me va a regular el uso de las palabras su puta madre”, sentenció el escritor en su cuenta de la red social X. Y aunque la grosería pueda chirriar, su fondo refleja el cabreo de los que dicen basta. Reverte, con su habitual tino, no solo rompe una lanza a favor de la libertad lingüística e ideomática, sino que desenmascara la ruindad de una maniobra que escenifica un teatro irrelevante.

¿Puede levantar ampollas esta iniciativa? Sin duda alguna.

La polémica, tras un nuevo acierto a la hora de desviar el foco de las cosas verdaderamente importantes, está servida.

La finalidad busca promover un lenguaje más empático con pacientes y familiares, ya que la mera utilización de términos asociados a una enfermedad grave con un trasfondo de descalificación o insulto no es ético. Aunque la cuestión puede resultar clave, cabe preguntarse si este es el asunto más urgente a tratar en una Cámara Baja especialista en fuegos artificiales.

Lo que estamos presenciando es la enésima entrega del Gobierno de los eslóganes y las enseñas. O lo que es lo mismo, una Administración que prefiere agitar el avispero de la guerra cultural a arremangarse para resolver los problemas de envergadura. Si lo piensan, la jugada es maestra: tengo al ciudadano batiéndose el cobre en redes sociales por nimiedades y, mientras tanto, deja de mirar a la úlcera que realmente corroe el sistema.

En este intento de purgar el lenguaje de su aspereza más hiperbólica, nuestros representantes logran lo que pretendían: generar tensión. Han conseguido que una parte de la población se sienta atacada en su libertad de expresión, y otra, en su sensibilidad. El resultado es el embarramiento del debate público. Un clima de sospecha constante donde el objetivo no es gobernar, sino dividir y conquistar la opinión con temas de escaso calado real.

Señorías del Congreso, ¡paren ya! Dejen de perder el tiempo y el dinero del contribuyente en reglamentar el mismo aire que respiramos. La lengua no necesita de su tutela. Si realmente quieren ayudar a los enfermos de cáncer, financien más investigación, mejoren la sanidad pública o retiren el IVA a productos farmacológicos. El resto es ruido tóxico. La lengua es libre, y quien pretenda domesticarla, recibirá la bofetada de una realidad cruda que se resiste a ser edulcorada.

Gracias por la lectura y feliz lunes.

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