Contra la promoción del estrés

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

Podríamos llegar a estar todos de acuerdo en que el estrés es un factor que está a la orden del día a todos los niveles, tanto en casa como en la vida laboral. Siempre solemos pensar en el estrés como algo personal que vivimos cada uno de nosotros en primera persona, y pensamos que todo nos viene de fuera, de agentes y situaciones externos que están ahí y que no podemos controlar. Pero lo que nunca solemos pensar es en la cantidad de estrés que podemos generar nosotros mismos a los demás. Si realmente podemos ser nosotros en primera persona ese factor externo desencadenante que altera y revoluciona la vida de nuestros semejantes.

No es necesario llegar a ser grandes jefes o altos directivos de ninguna empresa para generar ese estrés a los demás, porque simplemente con estar en una posición dominante sobre otra persona en cualquier tipo de situación o circunstancia, puede ser la manera de crear estrés innecesario hacia otras personas.

Uno se puede dar cuenta de ello si a lo largo del día va advirtiendo que es demasiado exigente, crítico o perfeccionista; si le gusta mandar y,  además, dar órdenes que suelen ser propensas a cambios impredecibles; si muestra faltas de respeto hacia los demás sea en casa, o en el trabajo y hace comentarios despectivos sobre la tarea realizada por esas mismas personas; si no permite que los demás encuentren su propio espacio; si se dedica a pasar su propio trabajo o sus propias tareas a otros, porque sencillamente no sabe llevarlas a cabo o no quiere hacerlas; si pone en las espaldas de los demás los problemas que debería solucionar él mismo; si critica a los demás en público; si hace ataques personales; si no se puede llegar a confiar en él; si devalúa el trabajo y la experiencia de otras personas. Está claro que un comportamiento así no puede más que alterar la respuesta al estrés de las personas que le rodean.

¿Y si fuésemos todos un poquito más tolerantes, menos exigentes, menos críticos y menos perfeccionistas?

Cuando ves que la gente que está por debajo de ti o que de alguna manera tiene la obligación de seguirte no es feliz; si las personas a tu alrededor evitan el mirarte a los ojos; si parecen nerviosos en tu presencia; si cuando pasas o entras en un lugar, la atmósfera se puede llegar a cortar con un cuchillo; si pides las cosas una y otra vez y siempre hay retrasos en las entregas; si las personas a tu alrededor ponen excusas, o han perdido toda la motivación, es evidente que estas personas están viviendo bajo un claro episodio de estrés.

¿Y si fuésemos todos un poquito más tolerantes, menos exigentes, menos críticos y menos perfeccionistas? ¿Y si fuésemos todos un poco más consistentes y cambiásemos menos de opinión en lo que le pedimos a los demás? ¿Y si intentásemos no mostrar nunca faltas de respeto hacia las personas que nos rodean, sean estos empleados, familiares o conocidos, y tanto menos sobre las tareas y trabajos que estas personas llevan a cabo? ¿No sería perfecto el dar a cada persona su propio espacio, el espacio que realmente se merecen? ¿Y si cada uno nos gestionásemos nuestros propios temas personales, sin cargárselos a los demás en sus espaldas? ¿Y qué tal si no criticáramos a nadie en público? ¿Y si realmente tuviéramos un verdadero interés personal en los demás, apreciando y ofreciendo elogios sinceros y verdaderos a quienes nos rodean? ¿Y si fuésemos todos un poco más leales demostrando en todo momento que se puede confiar en nosotros? ¿Y si cuando alguien nos habla, mostrásemos atención y escuchásemos activamente siguiendo atentamente toda la conversación, por si la otra persona pudiera necesitar algo por nuestra parte? ¿Y si nos dejásemos aconsejar un poco más por los demás demostrando de esta manera que valoramos su experiencia y su conocimiento?

Es muy fácil permitir que ese halo de autoridad nos ciegue ante lo más obvio. No importa si somos los Directores Ejecutivos de alguna multinacional o si simplemente somos padres o madres de familia que se sientan presidiendo la mesa para la cena. El estrés es una clara debilidad en cualquier tipo de relación y si nos queremos ganar una posición de autoridad digna ante los demás, es responsabilidad de cada uno el liderar disminuyendo la carga de estrés de las personas que nos rodean y no aumentarla.  

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