En mi caso no hizo falta ponerme en manos de dietistas ni nada parecido, con información y un poco de sentido común fue más que suficiente para volver a comer bien.
Siempre he pensado que para escribir un artículo de opinión hay que documentarse antes, si no, se corre el riesgo de hacer el ridículo. Hace cosa de un año, quise escribir sobre las bebidas energéticas, tan de moda últimamente. Así que, una tarde cualquiera entré a una tienda y compré varias de esas latas, las probé y, como quien no quiere la cosa, me enganché de tal manera que incluso llegué a preocuparme. Esas bebidas tienen tanta azúcar, cafeína, taurina y demás porquerías que son un auténtico peligro para nuestra salud.
En fin, que durante una buena temporada fui adicto a las dichosas bebidas energéticas. También, para hacer el pleno al quince, me aficioné a la bollería industrial -porque, evidentemente, una cosa te lleva a la otra-, incluso, de vez en cuando, echaba mano a la comida basura. Todo eso, unido, era una especie de cóctel molotov. Hasta que un buen día me dije: «se acabó». Decidí cortar con toda esa porquería y dedicarme a una alimentación saludable. En mi caso no hizo falta ponerme en manos de dietistas ni nada parecido, con información y un poco de sentido común fue más que suficiente para volver a comer bien.
Además, me hice ‘fan’ de los productos ecológicos. Es cierto que lo ecológico es algo más caro, pero creo que merece la pena. Por suerte, en la sierra de Cádiz -desde donde les escribo- tenemos varios lugares donde poder adquirir esos productos con total confianza, yo suelo hacerlo en la huerta pradense ‘Los Tamayos’, o en la mítica cooperativa villamartinense ‘La Verde’. En Arcos de la frontera también podemos encontrar, por ejemplo, ‘La cabra verde’, en la cual se elaboran quesos y yogures con leche ecológica de cabra Payoya. En Jerez tenemos ‘La Reverde’ una Sociedad Cooperativa Andaluza dedicada a la producción y consumo de productos ecológicos, locales y artesanales. Hay muchas más, sólo hay que echar un vistazo en Internet para encontrarlas.
Hoy en día, también se han puesto muy de moda los llamados ‘huertos urbanos domésticos’. Es algo que aún no he hecho, pero me lo estoy pensando muy seriamente. La idea principal consiste en aprovechar el balcón, la terraza o el patio y sembrar nuestras propias hortalizas: tomatitos, pimientos, lechugas, etc. Con ello, lograremos auto abastecernos, y además, si hay niños en casa, el huerto tendrá un valor añadido, el pedagógico.
También, por qué no decirlo, ahorraremos en el presupuesto destinado a estos alimentos, podremos decidir qué tratamiento le daremos si hay alguna pequeña plaga, evitaremos las semillas transgénicas y, sin darnos cuenta, aumentaremos la fibra vegetal en nuestra dieta. Pero ojo, también tienen sus pequeños inconvenientes, por ejemplo, tener un huerto de estas características puede atraer insectos de los que pican, como el mosquito tigre -vade retro-. Además, puede que el gasto de agua aumente si el huerto tiene unas dimensiones considerables. A pesar de todo ello, creo que es buena idea. Seguramente me haga hortelano doméstico, ya les iré contando qué tal me va.
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